Testimonio del sobreviviente del ataque de un oso pardo en Hokkaido

Ando en el suelo tras el violento ataque del oso. El primer golpe del animal le rompió seis costillas.

Las profundas marcas de garras en su espalda y las cicatrices oscuras de las mordeduras en su brazo son el testimonio físico de la furia salvaje. Caminando con dificultad para proteger su pierna izquierda y el costado derecho de su abdomen, donde persisten las secuelas, el empleado de oficina Shinichiro Ando (47) se convirtió en una víctima de la naturaleza en el corazón de Sapporo, una ciudad con más de 1.9 millones de habitantes. Aunque ha podido reincorporarse a la sociedad, su vida «ha cambiado por completo» tras el brutal encuentro.

Ando siente que ha sufrido un daño irreparable tanto física como económicamente. «Las heridas me duelen cuando llueve o hace frío. A veces no puedo sonreír durante la atención al cliente. No puedo caminar de noche por la calle. Podría aparecer [el oso]…»


El ataque ocurrió el 18 de junio de 2021, cerca de las 7:00 la mañana. Ando se dirigía a la estación para ir a trabajar en una zona residencial a unos 4,2 kilómetros al noreste de la estación JR Sapporo, muy cerca del centro urbano.

 

Ando, fue atacado por la espalda. Una cámara de seguridad captó el hecho. 

A solo 100 metros de la estación de metro Shin-Doto, cerca de una esquina, sintió un empujón por detrás, tan fuerte que creyó haber sido atropellado por un coche, cayendo al suelo y apoyando las manos. «Pero no lo era». Su cuerpo fue sacudido de lado a lado. Al mirar su brazo izquierdo, notó una herida como de mordedura y sangraba.


En un principio, la situación era incomprensible. La intensidad del dolor lo hizo acurrucarse instintivamente y cubrirse la cabeza con ambas manos. No fue hasta que le mordieron el brazo derecho que comprendió lo que sucedía: «¡Es un oso!».

Un gran oso se posó sobre su rodilla izquierda. Las garras se clavaron en su pierna, provocándole un dolor agudo. El único pensamiento que pudo articular fue un grito de auxilio: «¡Ayuda!».

Poco después, agentes de policía que ya estaban en la zona acudieron al lugar y el oso desapareció. Recordar ese minuto, hace ya más de cuatro años, solo le evoca «dolor y terror».


El oso, un macho de 161 centímetros de largo y 158 kilogramos de peso, se cree que se desplazó desde las regiones montañosas al noreste de Sapporo a través de afluentes de ríos y canales de agua y terminó hiriendo a un total de cuatro personas antes de ser abatido.

El asombro del Sr. Andō es natural. «Nunca pensé que podría haber un oso en un lugar así», afirmó. El área del ataque está alejada de las montañas hábitat del oso, y está repleta de grandes complejos comerciales, escuelas primarias y secundarias, hospitales y transitadas carreteras principales. Era, en todos los sentidos, una zona de vida humana donde no parecía haber espacio para un oso, generalmente considerado tímido. Fue el primer ataque con víctimas humanas en 20 años en la ciudad.


 

Imagen del oso que atacó a Shinichiro Ando.

SECUELAS PERMANENTES Y CARGA ECONÓMICA

La vida de Ando quedó marcada por las 140 suturas que recibió en todo el cuerpo. El impacto inicial por la espalda le rompió seis costillas del lado derecho y le perforó un pulmón. Pese a las heridas graves, sobrevivió. Los médicos le aseguraron que se salvó «porque no perdió el conocimiento y pudo proteger su cuerpo».

Tras una hospitalización de unos tres meses y un periodo de rehabilitación, pudo volver a su trabajo en enero de 2022. Sin embargo, su vida anterior no regresó y lamenta que «la vida ya no funciona tan bien».

Su rodilla izquierda y el costado derecho le siguen doliendo. Se despierta cada dos horas por la noche, incapaz de conciliar el sueño profundo. Asiste regularmente al médico para recibir analgésicos y en el verano de 2024 incluso le implantaron un dispositivo médico para aplicar corriente eléctrica y aliviar el dolor. Ando cree que las visitas médicas «continuarán el resto de mi vida». Ahora le resulta difícil subir y bajar escaleras y no puede levantar objetos pesados.

 

El oso clavó sus garras en la espalda de Ando. Las heridas le duelen en invierno.

Trabaja en una tienda especializada en pescado seco en el distrito Este de Sapporo, a veces el dolor es tan intenso que le resulta imposible sonreír y tiene que encorvarse para soportar la contracción de los músculos.

La carga económica también es pesada. Estuvo sin poder trabajar durante seis meses después del ataque, lo que le generó dificultades financieras. A pesar de regresar al trabajo, tuvo que reducir sus días de servicio debido al dolor, lo que mermó sus ingresos. Si bien el ataque en el camino al trabajo fue reconocido como un accidente laboral (Rosai), su solicitud para recibir un Certificado de Discapacidad Física (Shintaishogaisha Techo), que proporciona beneficios económicos continuos, fue presentada en otoño, pero se prevé que sea rechazada.

En la oficina municipal se le explicó que las lesiones en la rodilla izquierda y el costado derecho no cumplen con los requisitos para la certificación. Actualmente, no existe ninguna compensación oficial por los daños causados por osos. El hombre cuestiona la falta de ayuda, en vista de que los osos se acercan cada vez más a las zonas habitadas y causan víctimas en todo el país: «La aparición de osos en áreas urbanas y residenciales es prácticamente un desastre natural. ¿Es correcto considerar que las lesiones son responsabilidad individual de los residentes?».

LA ÚNICA DEFENSA ES EVITAR EL ENCUENTRO

Respecto a la posibilidad de que una persona se defienda de un oso, Ando considera que enfrentarse al ataque de un Higuma es «imposible». Sobre el uso de spray repelente, que se considera un medio eficaz, afirma categóricamente: «Aunque lo hubiera tenido cuando me atacaron, no habría podido usarlo». El oso atacó repentinamente desde un punto ciego y sus movimientos fueron extremadamente rápidos. La realidad, según él, es que intentó contraatacar, pero sus golpes no fueron «más que zarpazos de gato»: «No se puede hacer nada».

Por lo tanto, la clave para prevenir el daño es evitar el encuentro. Ando afirma que la advertencia a los residentes es insuficiente, limitándose a publicar información en sitios web de la ciudad o redes sociales. De hecho, él mismo pasó por la zona donde deambulaba el oso sin darse cuenta del peligro. Había vehículos policiales alertando por micrófono, pero él no pudo escuchar el contenido y supuso que se trataba de un incidente en un centro comercial cercano.

Por ello, exige la implementación de alertas de emergencia, similares a las de desastres naturales, que se envían directamente a los teléfonos móviles en áreas designadas. Además, concluye que para proteger la vida de los residentes, «la eliminación de los osos que descienden a las zonas urbanas es inevitable». Subrayó que los residentes deben ser conscientes del peligro y tomar el riesgo como propio, pues «la mayoría de la gente, como yo antes, no puede imaginar que será atacada. Pero la precaución es necesaria». (RI/AG/IP/)


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