
Kou Fukuda, sobreviviente japonesa de la Segunda Guerra Mundial, tenía 20 años cuando vio con sus propios ojos a cuatro soldados estadounidenses a punto de ser ejecutados por el ejército japonés. Hoy, a los 100 años, su testimonio narrado en Mainichi no sólo revive un episodio oculto de la guerra, sino que es una lección viva que el mundo parece ignorar.
Corría el año 1945. Fukuda trabajaba como operadora de inteligencia para el Ejército Occidental japonés, justo en la sede militar ubicada en Fukuoka. El 19 de junio, la ciudad fue arrasada por los bombardeos estadounidenses que mataron a cerca de 2.000 personas. En agosto, cuando la guerra estaba por terminar, recibió una orden insólita: salir a ver a los prisioneros que iban a ser ejecutados.
“Vi a cuatro muchachos. Uno de ellos, de ojos azules, era tan joven como yo. Estaban temblando. Se notaban confundidos, asustados… Yo también”, recuerda. Lo que sintió no fue odio, fue compasión. “En ese momento dejé de verlos como enemigos. Solo sentí que eran humanos. Y me dolió”.
EJECUCIONES, REPRESALIAS Y LA CRUELDAD OCULTA
Tras los bombardeos y las pérdidas civiles, el ejército japonés ejecutó a cerca de 30 soldados estadounidenses sin juicio, en lo que muchos historiadores consideran actos de represalia. Estas ejecuciones ocurrieron dentro del cuartel y en los bosques de Aburayama, donde aún hoy se celebran ceremonias conmemorativas. Fukuda asistió a una de ellas por primera vez en 2024, casi 80 años después, en busca de paz.
También hubo otros crímenes: ocho prisioneros murieron tras experimentos médicos sin consentimiento en una universidad local. Al terminar la guerra, más de 30 responsables fueron juzgados por crímenes de guerra.
UNA VOZ CLARA EN MEDIO DE LA NIEBLA
Fukuda nunca olvidó esos rostros. Nunca justificó los hechos. Su reflexión, a un siglo de vida, retumba en un mundo marcado por nuevas guerras:
“La guerra no distingue entre buenos y malos. Solo deja tristeza. No hay justificación. La guerra no enseña, solo repite”.
Mientras guerras nuevas estallan en Medio Oriente, Europa, África y Asia, el testimonio de esta mujer japonesa es más urgente que nunca. Y, sin embargo, sigue siendo ignorado. Su voz, frágil pero firme, advierte sobre el precio del olvido: “Es fácil repetir el horror cuando se olvida a quienes lo vivieron”.
UNA ÚLTIMA MIRADA
Donde antes estuvo el cuartel militar hoy hay un estacionamiento. Solo un muro de concreto queda en pie. Fukuda lo toca suavemente y repite: “No hay victoria en la guerra. Sólo muerte, ruinas y padres que no entierran a sus hijos”.
Este año podría ser el último en el que asista a una ceremonia. Pero quiere que su mensaje no muera con ella. (RI/AG/IP/)
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