

Quisiera aprovechar este espacio para compartir una reflexión sobre la educación japonesa, especialmente dirigida a los padres, a las nuevas generaciones y también a quienes nos acompañan desde Sudamérica.
Cuando llegué a Japón, me llamó mucho la atención una práctica que en otros países sería impensable: después de clases, los propios alumnos limpian su salón, su escritorio, los pasillos, y hasta los baños. No es un castigo, es parte de su formación. Recuerdo claramente cómo al final de cada trimestre —ichigakki, nigakki, sangakki— hacíamos una limpieza general llamada osoji. No era solo limpiar por limpiar. Era un acto que nos enseñaba respeto, responsabilidad y conciencia colectiva.
En muchas partes del mundo, esto podría causar polémica. Algunos padres dirían: «¿Cómo va a limpiar el baño mi hijo?», pero hoy, después de haber pasado por esa experiencia, puedo decir con orgullo que gracias a esa educación soy una persona más disciplinada, más consciente del valor del esfuerzo y del trabajo en equipo.
La educación japonesa no se trata solo de aprender matemáticas o ciencias. Se trata de formar seres humanos con valores. Y eso es una herencia poderosa. Por eso, me gustaría invitar a todos, aquí en Japón y también en nuestros países de origen, a valorar y transmitir estas enseñanzas. Porque no solo se trata de aprender, sino también de compartir lo aprendido y formar mejores ciudadanos, mejores comunidades, y en definitiva, mejores personas.
Esa es la educación que quiero que mis hijos reciban. Una que no solo los prepare para un examen, sino para la vida.
(*) Presidente de Aizawa Group
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