El día de hoy me gustaría contarles sobre la historia de mi abuelo Augusto Kohatsu, quien fue una figura extraordinaria en mi vida. Hace un año que ya no está físicamente a mi lado, pero su legado perdura a través de las historias que me contó sobre su vida, especialmente sus vivencias durante la Segunda Guerra Mundial en Japón.
La familia de mi abuelo era japonesa y viajó a Perú alrededor de 1920. Mi abuelo nació en Perú, pero a los 2 años regresó con casi toda su familia a Japón. Cuando mi abuelo tenía solo cinco años, estalló la Segunda Guerra Mundial y Japón entró en este conflicto. Para ese entonces, él y su familia vivían en Okinawa, un lugar que se convirtió en el campo de batalla entre americanos y japoneses.
Durante esta época, mi abuelo enfrentó terribles desafíos; en uno de los bombardeos perdió a su madre y sufrió severas quemaduras en su rostro. Contaba que sintió que su piel se derretía y que fue un dolor insoportable. Escondido en una cueva, pasó muchos meses de hambre, comiendo camote crudo y lo que encontraba, sin atención médica y sufriendo el dolor de sus heridas.
La guerra llegó a su fin, pero mi abuelo, junto a otros okinawenses que estaban escondidos, no lo sabían hasta que fueron encontrados por soldados estadounidenses, quienes les brindaron comida, agua, ropa y atención médica.
Pasaron los años y a los 19, mi abuelo decidió regresar a Perú, la tierra que lo vio nacer y de la cual había escuchado historias maravillosas. Viajó solo, sin saber español, pero eso no lo detuvo. Con determinación, aprendió el idioma por su cuenta y a pesar de las dificultades, logró salir adelante. Más adelante conoció a una joven llamada Kikuko, que resultó ser una artista igual que él. Con ella se casó y estableció una panadería y una fábrica de cerámica. Eran muy conocidos por el nombre de Cerámica Kohatsu y juntos construyeron una gran familia.
Hace dos años, mis padres, mis hermanos y yo tuvimos que regresar a Japón. Aunque a mi abuelo no le gustaba la idea de volver, mi abuela logró convencerlo de venir. Fue una decisión muy difícil para él, que estaba muy triste por dejar atrás su casa, sus pinturas y su vida en Perú. Siempre dijo que quería morir en Perú, pero no pudo hacerlo.
Llegó a Japón y comenzó a sentirse constantemente cansado. Al principio pensamos que era depresión, pero el diagnóstico fue otro: tenía cáncer, que había estado avanzando sin que nos diéramos cuenta. Falleció hace un año junto a nosotros.
Esta historia me hizo reflexionar profundamente. A menudo me quejo de mis problemas cotidianos, como que no me va bien en el colegio o que no hablo bien japonés. Pero al pensar en mi abuelo, quien enfrentó la pérdida de su madre, soportó el dolor de sus heridas y aprendió un nuevo idioma desde cero, me doy cuenta de que, si él pudo tener éxito a pesar de todo esto, yo también puedo hacerlo.
Con todas estas experiencias en mente, quiero valorar más la vida y ser consciente de las dificultades que otros han superado. De ahora en adelante, deseo abordar mis propios desafíos con la misma determinación y fortaleza que mi abuelo demostró a lo largo de su vida.
Muchas gracias.
(*) Texto del discurso que ocupó el primer lugar, categoría Comunidad 2, en la final del 2º Concurso Intercultural de Oratoria de Español en la final que se realizó el 14 de septiembre de 2024 en la Torre de Roppongi Hills, Tokio. Emiry Kohatsu (12) es estudiante del primer año de la secundaria básica japonesa y representa a la Asociación Japonesa Peruana para la Integración, AJAPE.
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