“Hombres que viven solos” es el título de un artículo publicado por la revista Shukan Gendai que trata sobre cómo algunos varones de avanzada edad lidian con la soledad en Japón.
Al poeta y biólogo de 77 años, Kazuhiro Nagata, lo sostiene el recuerdo de su esposa, la también poeta Yuko Kawano, que murió por un cáncer hace 14 años.
“Ella vive en mi memoria. Ella solo morirá cuando yo muera”, dice Nagata en declaraciones que reproduce Japan Today.
Nagata halla refugio en los poemas de su esposa. Sin ella físicamente a su lado, los lee de “una manera completamente nueva”, alimentado por los recuerdos.
El biólogo ha cambiado. Ahora, por ejemplo, hace las tareas domésticas, algo en lo que antes jamás se involucraba. “Para ella yo era un hombre que no podía hacer nada. ‘Mira’, le digo, ‘aquí está mi nuevo yo’”, comenta.
El septuagenario espera que su esposa apruebe a ese nuevo yo.
Nagata es un hombre muy activo. Escribe poesía, realiza investigaciones y escribe artículos en revistas científicas. “Nunca he estado más ocupado. No tengo tiempo para estar triste”, asegura.
Muy distinto es el caso del actor de 75 años Shinzaburo Yamazaki.
Hace cinco años murió de manera abrupta su esposa, la actriz Ayami Imamura. Su vida quedó reducida a escombros.
Cuando murió su esposa, Yamazaki afrontaba problemas financieros.
En medio de la conmoción por su inesperada viudez, se mudó de Tokio a Tokushima, a un departamento de una habitación cerca de la casa de su hermana.
“Todos los días son domingo”, dice, pero no como días festivos, sino plúmbeos y vacíos.
Actualmente Yamazaki solo actúa en teatros locales, y cada vez menos a medida que envejece. El actor teme convertirse en uno de esos viejos que no hacen nada.
Al menos Yamazaki actúa. Otros parecen muertos en vida.
El teólogo Susumu Shimazono tiene un amigo que tras perder repentinamente a su esposa se encerró en su casa, a pasar días enteros mirando fijamente la televisión.
Este caso empujó a Shimazono a reflexionar sobre una carencia en Japón con respecto a sus vecinos China y Corea del Sur, donde en sus parques se encuentra a menudo a grupos de ancianos jugando shogi o mahjong.
Juegan, socializan, se divierten.
Formar comunidades ayuda. El teólogo cuenta que en la ciudad de Fujisato, prefectura de Akita, antes conocida por su alta tasa de suicidios, se creó en 2003 un salón que cualquiera podía visitar en cualquier momento para conversar y compartir con otros.
Gracias a este espacio de convivencia, la tasa de suicidios cayó. (International Press)