El ijime tras la mujer sometida a 30 cirugías estéticas para «borrar los genes» paternos

La primera cirugía la tuvo a los 15 años por ijime en la escuela.

Con el aumento de celebridades e influencers que hablan abiertamente sobre sus cirugías estéticas, cada vez más jóvenes, incluyendo estudiantes de secundaria, aprovechan las vacaciones largas para someterse a procedimientos como la blefaroplastia. Aunque la mayoría busca mejorar su apariencia o eliminar complejos como lunares o cicatrices, hay quienes tienen razones más inusuales para someterse a estas operaciones.

Una de esas personas es B, una mujer de 25 años que ha gastado aproximadamente 10 millones de yenes en decenas de cirugías estéticas para eliminar cualquier rastro de los genes de sus padres en su apariencia, cuenta esta semana la revista Friday.


B realizó su primera cirugía estética a los 15 años, motivada por el acoso escolar que sufría desde la primaria. La relación con sus padres no era buena porque además de minar su autoestima tanto como lo hacían sus compañeros de clase, la maltrataban físicamente.

«Empecé a ser acosada en la escuela primaria por mi apariencia. Me mojaban en el baño y escondían mis pertenencias. En casa, mis padres me llamaban ‘fea’, ‘rábano’ y me arrojaban agua caliente cuando estaban de mal humor, así que no podía pedirles ayuda. Descubrí la cirugía estética en la televisión y pensé que era mi única salida», relata B.

Para escapar de ese entorno, decidió independizarse lo antes posible y pidió a sus padres que le permitieran someterse a una cirugía para evitar ser acosada por su apariencia en el futuro.


«A los 15 años, le dije a mi madre que quería operarme, y recuerdo que se alegró. Me dijo que finalmente me daba cuenta de lo fea que era. Mis padres pagaron la primera cirugía y les agradecí por eso», cuenta B.

Sin embargo, tras la primera operación, B se dio cuenta de que otras partes de su rostro seguían siendo motivo de complejo, lo que la llevó a someterse a más cirugías.

Después de graduarse de la secundaria, se mudó a Tokio. Dado que los costos de las cirugías eran elevados y no podía cubrirlos solo con trabajos de medio tiempo, decidió trabajar en la industria del entretenimiento para adultos, incluyendo servicios de acompañantes y salones de masaje erótico.


«Al graduarme, trabajé primero en un club nocturno, pero no conseguía clientes porque no era lo suficientemente atractiva. Así que opté por trabajar en el sector de entretenimiento para adultos. Quería operarme cuanto antes, pero no tenía dinero, así que aprovechaba descuentos y ofertas para pagar las cirugías lo más barato posible. Comprar ropa nueva o cortarme el cabello en una peluquería me resultaba similar a someterme a una cirugía, porque la satisfacción de ‘verse bien’ es inmediata y gratificante», sostuvo.

A pesar de las dificultades de trabajar en la industria del entretenimiento para adultos, B considera que es su vocación, ya que le permite financiar sus cirugías. Sentir que es atractiva para los clientes refuerza su decisión de seguir operándose.


«Para mí, gastar dinero en cirugías es igual que comprar ropa de marca. Mi objetivo es eliminar todos los rasgos genéticos de mis padres. Aunque sólo llevo un 20% del proceso, no me importa el costo ni los posibles errores, porque cada cirugía es una oportunidad para borrar otra parte de ellos», declaró.

B se ha sometido a una cirugía hialurónica en las esquinas internas de los ojos, párpados dobles, ojos caídos y canales lagrimales. Hasta ahora ha tenido 30 cirugías plásticas, incluidas inyecciones de ácido, prótesis de puente nasal, trasplantes de cartílago auricular e inyecciones de Botox en las comisuras de su boca.

No ha habido fracasos en sus cirugías, pero ha habido casos en los que el producto final se veía diferente. «Pero no es un fracaso», insiste.

Reconoce que es adicta a la cirugía estética, pero no lo ve como algo negativo. Para ella, cada operación es una evolución personal y una experiencia emocionante.

La historia de B plantea la pregunta de si alguna vez encontrará un punto final en su transformación y si podrá evitar las complicaciones y secuelas de tantas intervenciones, pero al mismo tiempo muestra que el primer ijime o acoso, y el más cruel en la vida de los japoneses muchas veces comienza en casa. (RI/AG/IP/)

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