El 1 de enero, cuando la tierra comenzó a temblar en la prefectura de Ishikawa, Kenji Okada, un hombre de 63 años que vive en la ciudad de Wajima, estaba durmiendo en su casa y un aparador le cayó en la frente.
Cuando recuperó la conciencia, estaba cubierto de sangre y dentro de su coche.
Su hijo mayor, un estudiante de preparatoria con el que vive (su esposa murió hace dos años), lo había rescatado, revela Mainichi Shimbun.
Hoy, Okada vive solo, aislado y sin agua ni luz. Su casa sufrió graves daños y podría derrumbarse. Sin embargo, el hombre se resiste a abandonar su hogar.
“Me sentiría estresado si viviera fuera (de mi casa). No quiero irme”, dijo.
Aproximadamente una semana después del sismo, su hijo dejó la casa luego de que familiares de los Okada fueron a visitarlos, preocupados por su precaria situación.
Su hijo adolescente accedió a salir, pero su padre se rehusó.
Miembros de las Fuerzas de Autodefensa de Japón que se movían por la zona trataron su herida en la cabeza, pero no ha podido ir a un hospital.
Está aislado porque el camino a su casa quedó bloqueado por un deslizamiento de tierra. Imposibilitado de desplazarse en vehículo, tiene que caminar. Sale cada pocos días para comprar alimentos y artículos de consumo cotidiano.
Aprovecha los días de compra para llamar a su hijo, pues donde reside no tiene cobertura de telefonía móvil.
En el área donde vive, había alrededor de 15 residentes antes del terremoto. Ahora solo quedan cuatro.
Subsiste con agua de las montañas y querosene que tenía almacenado para el invierno (200 litros).
Además de las malas condiciones en las que vive, las fuertes lluvias podrían provocar deslizamientos de tierra y tirar abajo su casa.
Ante ese posible escenario, Okada guarda objetos de valor y comida en su coche, estacionado cerca de su vivienda. (International Press)
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