Tras haber combatido a Sendero Luminoso y al MRTA, lucimos oropeles sin haberlos aniquilado como debimos haberlo hecho.
El imaginario social es una construcción elaborada con tiempo y que se concretiza en ideas simbólicas que difieren con la realidad.
Las ideas centrales del imaginario social cumplen una función –en este caso política– con el objeto de negar lo ocurrido afirmando o negando categorías y virtudes de sucesos y personas en detrimento de la verdad objetiva de los hechos. Es un factor decisivo y en materia de seguridad puede ser nefasto.
El rebrote terrorista se fundamenta en un relato construido en el imaginario social que sustituye deliberadamente la naturaleza de los hechos y de las personas, inventando y resaltando una nueva y falsa historia. Así, el imaginario de la “lucha social” de los gestores y asesinos de Sendero Luminoso y del MRTA está creciendo, afirmando bondades inexistentes, llamándolos incluso –hasta en la televisión– “luchadores sociales”.
Vemos con estupor, impotencia e indignación recurrentes imágenes de renovadas organizaciones terroristas utilizando variadas y camufladas denominaciones, generando el genocida rebrote de la violencia, incluyendo el adoctrinamiento de niños.
Recordemos que el “humanismo condescendiente” –cambiando y flexibilizando las leyes hace más de dos décadas– abrió las celdas a muchos terroristas. Los iluminados de entonces perforaron nuestra seguridad nacional y su impunidad la estamos pagando con vida, sangre y terror.
La Comisión de la Verdad –a la que le añadieron “y Reconciliación” y cuya autoría se birlaron descaradamente– ni dijo toda la verdad ni reconcilió a nadie.
Me cuesta creer en la reinserción de los terroristas que solo cumplieron carcelería; deben pagar el monto fijado y respetar fehacientemente la vida, la democracia y la ley. No podemos reconciliarnos con quienes no renuncian a la violencia. Tampoco creo en la reconciliación a secas.
La Comisión de la Verdad –a la que le añadieron “y Reconciliación” y cuya autoría se birlaron descaradamente– ni dijo toda la verdad ni reconcilió a nadie. ¿O acaso los reciclados terroristas se convencieron de que tienen que respetar la vida del prójimo? ¿Y los nuevos? Claro que no, andan sueltos socavando nuestras libertades y atentando contra la sociedad, el gobierno constitucional y el Estado.
Dado el parte de la guerra ideológico-cultural, no se trata, entonces, de ser apreciados como notarios del inocultable rebrote violentista predicador, movilizador y asesino.
Para abatirlos, urge que el Congreso legisle más y mejor –cadena perpetua incluida–, que el Gobierno robustezca todas sus fuerzas y los combata con mayores herramientas, y que las autoridades jurisdiccionales abandonen su relativismo permisivo so pena de ser también procesados y condenados según corresponda con la nueva normativa.
Sin medias tintas, debemos llamar terroristas a los terroristas.
Con videos, fotos y documentos fehacientes debemos refrescar la memoria de quienes la perdieron, combatir a quienes la manipulan –denunciándolos por apología del terrorismo– y vacunar a los ‘millennials’ que la ignoran.
Pronto habrá que hacer lo mismo con los ‘coronnials’, los nacidos en la pandemia.
Teniendo o no tribuna para subrayar, fundamentar, proponer y combatir, estamos obligados a cumplir con nuestros deberes constitucionales siendo soldados –en el país y en el exterior, muy importante– contra el embiste ideológico-cultural en auge. En mi caso, no será la primera vez, ya lo hice hace 40 años cuando enseñaba en la Universidad San Marcos y los senderistas la habían cooptado.
Debemos derrotarlos –y, si las circunstancias obligan, aniquilarlos– con la verdad, el desarrollo y el fuego de las armas conforme al reforzado Estado de derecho. ¡Ni más, ni menos!
(ARTÍCULO PUBLICADO EL 1 DE NOVIEMBRE DE 2023 EN EL DIARIO EL COMERCIO, LIMA, PERÚ. PUBLICACIÓN AUTORIZADA POR DICHO MEDIO Y POR EL AUTOR)
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