La composición poblacional del pueblo de Nagasu, en la prefectura de Kumamoto, ha cambiado mucho en el siglo XXI.
Tras alcanzar un pico de 18.627 habitantes en 1998, su número ha disminuido a 15.504. El 36,6 % de sus residentes tiene 65 años o más (por encima de la media nacional de 29 % en Japón).
En contraste, el número de extranjeros que viven en Nagasu subió de 36 en 2003 a 749 en 2023. Aproximadamente 1 de cada 20 residentes en este pueblo es extranjero (por encima de la media nacional de alrededor de 0,24 %).
En un pueblo cuyos jóvenes migran a las zonas urbanas y la población está decreciendo y envejeciendo, los extranjeros son indispensables (como mano de obra, como contribuyentes).
La mitad de los extranjeros que residen en Nagasu son de Vietnam. Los siguen los filipinos, revela Mainichi Shimbun.
Ellos trabajan en astilleros y fábricas de contraventanas, entre otros lugares. Muchos se desplazan en bicicleta entre sus trabajos y sus casas con placas que rezan “aprendiz vietnamita”.
Son una presencia familiar en el pueblo. Sin embargo, las cosas no marchan tan bien como antes.
Susumu Matsushita, un residente de 84 años, dice: “Al principio, el ambiente era amigable, pero a medida que aumentó el número de extranjeros, algunos comenzaron a causar problemas”.
Si antes extranjeros y japoneses convivían en un ambiente de armonía (cultivando hortalizas juntos, compartiendo en festivales, los segundos enseñando a los primeros cómo clasificar la basura, etc.), la situación comenzó a cambiar hace cinco o seis años, con el aumento del número de extranjeros.
En los edificios de apartamentos donde viven muchos extranjeros se escuchan ruidos de karaoke hasta altas horas de la noche.
Asimismo, hay extranjeros que se reúnen en la playa o terrenos vacíos y no limpian lo que ensucian.
El hecho de que no hablen japonés dificulta la interacción y la resolución de los conflictos.
Que cada vez haya más extranjeros complica el aprendizaje del idioma. El representante de una empresa local donde uno de cada tres empleados es extranjero explica que a medida que llegan más compatriotas, la motivación para aprender japonés disminuye.
Esta situación se hace patente en el caso de un filipino de 34 años que llegó a Japón hace un año y trabaja como soldador.
Vive con otros filipinos y en sus días libres va al karaoke. Le gustaría tener amigos japoneses, pero dice que es difícil porque no habla el idioma.
Sabe que el municipio ofrece clases de japonés los domingos, pero él prefiere dedicarlos a descansar.
Gana alrededor de 150 mil yenes mensuales (1.000 dólares, tres veces más que en su país), de los cuales envía 50.000 yenes (333 dólares) a su esposa y a sus padres.
Quiere quedarse en Japón al menos cuatro años más y ahorrar dinero para construir una casa para sus papás.
Con respecto a las disputas entre japoneses y extranjeros por los problemas de ruido y basura, el municipio opera un servicio de consulta que brinda asistencia en vietnamita e inglés (además de dar clases de japonés), pero no intermedia en casos de conflicto individuales. (International Press)
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