Tiene 47 años, es soltera, vive en Kioto y aunque tiene amplia experiencia en marketing global y trabaja a tiempo completo, gana solo 200 mil yenes (1.485 dólares) mensuales. Si llega a fin de mes es porque vive con sus padres.
Su realidad es la de muchas mujeres de mediana edad y no casadas, rehenes de trabajos mal pagados en Japón.
Estas mujeres constituyen “uno de los grupos demográficos más desatendidos en el sistema de seguridad social de Japón”, advierte Asahi Shimbun.
Un sistema anticuado, diseñado para atender a familias tradicionales donde el hombre trabaja a tiempo completo y la mujer se queda en casa y cuida a los hijos.
La mujer de Kioto lleva cuatro años con su actual empleador, cuatro años de trabajadora no regular.
En su anterior empleo, gerenciaba proyectos publicitarios en línea y trataba con clientes de una docena de países.
Pese a toda su experiencia y a que es tan competente como su colegas que sí son trabajadores regulares, solo le ofrecen un contrato que renueva cada tres meses. Y no recibe bonificaciones.
Lo paradójico y triste de su caso es que una de sus tareas consiste en capacitar a hombres jóvenes sin experiencia que entran a la empresa como empleados regulares, una condición que a ella se le niega.
Cuando egresó de la universidad en 1998, la mujer vivió en carne propia la brecha de género en Japón. Mandó su CV a casi 200 empresas, pero solo dos le ofrecieron una entrevista.
En cambio, un compañero de estudios varón tuvo docenas de posibilidades laborales.
La mujer consiguió empleo en una compañía de producción de videos. Era una empleada regular, pero el trabajo era tan duro y la empresa apenas pagaba las horas extras (aunque laborara toda la noche).
Quemada por la sobrecarga laboral, renunció. Tenía 29 años y desde entonces no ha vuelto a conseguir un empleo regular.
“Atrapada en un ciclo de trabajos irregulares, me siento frustrada por estar en una situación que no puedo cambiar no importa cuánto lo intente”, declara a Asahi.
Un caso parecido al de ella es el de Shizuka Wada, una periodista y escritora autónoma de 57 años, autora del libro “Siempre gano el salario mínimo. ¿Es mi culpa, señor legislador?”.
Wada vive sola y a sus ingresos como escritora le sumaba varios trabajos a tiempo parcial en hotelería y comercios minoristas. Hasta que llegó la pandemia y se quedó sin arubaitos.
Cuanto más envejeces, menos opciones profesionales tienes, dice.
Puedes trabajar en supermercados, tiendas de conveniencia o residencias para ancianos, haciendo limpieza, etc. El costo de vida aumenta, pero es difícil que los salarios en estos trabajos suban.
En mayo de 2022, la Dieta aprobó una ley para apoyar a las mujeres vulnerables, categoría que incluye a jóvenes, madres solteras y víctimas de abuso doméstico, pero no a mujeres de mediana edad, solteras y con trabajos mal pagados como Wada.
“Nos han hecho creer que es culpa nuestra que la vida sea tan dura. Pero no es cierto, es por una estructura social creada por políticas equivocadas”, dice la periodista.
La brecha de género en Japón se hace patente no solo en ejemplos como el de la mujer de Kioto, sino también en cifras como esta: 14,32 millones de mujeres son trabajadoras no regulares, más del doble que los 6,69 millones de hombres, según cifras del gobierno japonés de 2022.
El grupo etario más numeroso es el formado por mujeres de 45 a 54 años (3,73 millones).
Asahi denuncia que los trabajadores no regulares son fáciles de contratar y despedir, ganan poco y constituyen “una fuerza laboral desechable para las empresas”.
Un trabajo no regular puede ser de medio tiempo o de tiempo completo, y durar desde unos pocos meses hasta más de diez años.
El 84,6 % de las mujeres solteras de 40 años o más en Japón trabaja, pero solo el 44,8 % de ellas tiene un empleo regular, según un sondeo realizado a 2.345 personas en 2022.
El 33,3 % gana menos de 2 millones de yenes (14.850 dólares) al año. Entre las trabajadoras no regulares, la proporción llega al 52,7 %.
El 68,9 % de las encuestadas dijo que su situación económica era bastante difícil o muy difícil.
Y no hablamos de pocas personas. En 2020, el 17,8 % de las mujeres adultas -un máximo histórico- en Japón no se había casado nunca. (International Press)
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