“Cuando escuchan que Japón tiene la pena de muerte, se sorprenden porque piensan que es una sociedad compasiva”

Embajadora británica en Japón (BritishChamberJapan / YouTube)

 

En octubre de 2022, durante la fiesta de cumpleaños número 88 del exministro de Justicia Seiken Sugiura, la embajadora del Reino Unido en Japón, Julia Longbottom, pronunció un discurso en el que pidió a las autoridades japonesas que eliminaran la pena de muerte.


En una entrevista concedida a Mainichi, la embajadora británica subraya que si bien Reino Unido y Japón “son amigos muy cercanos y están de acuerdo en muchas cosas”, la pena de muerte es un tema crítico que los separa.

La pena capital, por ejemplo, puede ser un obstáculo para la colaboración o el intercambio de información en casos policiales o judiciales si existe el riesgo de que involucre la pena de muerte, advierte.

“Cuando los británicos escuchan que Japón tiene la pena de muerte, se sorprenden mucho porque piensan que Japón es una sociedad democrática, armoniosa, compasiva y sofisticada. Y la pena de muerte sienta muy mal con esa imagen”, declara.


Cuando Mainichi le dice que una de las razones por las cuales es difícil abolir la pena capital en Japón es el 80 % de respaldo que tiene entre la gente, la embajadora pone el ejemplo británico.

Durante la década de 1960, entre el 70 y el 80 % de británicos apoyaba la pena de muerte, revela. Pese a ello, en 1965 el gobierno decidió suspender su aplicación por un período de cinco años, y luego en 1969 decidió abolirla.

Se trata de “liderazgo político, coraje y de hacer lo correcto”, enfatiza.


En vez de seguir a la opinión pública, hay que liderarla, añade. No hay que esperar que la gente cambie, sino actuar, ejercer un liderazgo político, para que ese cambio se produzca.

El cambio es posible. En 1986, el 74 % de británicos todavía apoyaba la pena de muerte. En 2022, la proporción cayó a 40 %.


“El gobierno tiene la responsabilidad de informar, educar y explicar al público estos importantes temas”, afirma.

Por otro lado, señala que no existen pruebas de que la pena de muerte funcione como elemento disuasorio.

Por último, recuerda el caso de dos hombres inocentes que fueron ahorcados en el Reino Unido en la década de 1950 para llamar la atención sobre el hecho de que cualquier sistema manejado por seres humanos es falible y la pena de muerte es irreversible. (International Press)

 


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