Cuando los medios informaron de que el asesino del ex primer ministro de Japón, Shinzo Abe, odiaba a la Iglesia de la Unificación, una mujer que reside en Tokio decidió que era tiempo de compartir públicamente su experiencia como hija de seguidores de la organización religiosa.
La mujer en la treintena utiliza Twitter para contar cómo fue crecer en una familia de fanáticos religiosos.
Sus padres se casaron en una de las bodas masivas de la Iglesia de la Unificación.
Todos los días se despertaba a las 5 a. m. para arrodillarse y orar frente a un retrato del fundador del grupo, el coreano Sun Myung Moon, revela Asahi Shimbun.
Cuando estudiaba en primaria, se sentía superior a los demás porque creía llevar una vida “especial”.
Los problemas comenzaron en la secundaria, cuando descubrió las grandes diferencias que había entre su formación en casa y “el mundo exterior”.
La chica estaba confundida.
“Lo que la sociedad decía que era correcto era completamente diferente de los valores que enseña la Iglesia de la Unificación”, dice.
Sus padres decían: “Satanás está en el mundo exterior”.
Cuando la mujer comenzó a salir con un hombre no religioso, sus papás opusieron feroz resistencia.
La mujer, según su indignada madre, había sido “engañada por Satanás”.
La madre llamó a la casa de su novio para quejarse de que saliera con su hija.
Más adelante, la residente en Tokio se casó con otro hombre, no relacionado con la Iglesia. Sus padres se negaron a conocer a su esposo.
Como la madre del asesino de Abe, que donó cien millones de yenes (731 mil dólares) a la organización, los padres de la mujer aportaron una gran cantidad de dinero a la Iglesia. ¿Cuánto? Lo suficiente como para comprar una casa, según el testimonio de sus propios progenitores.
Asahi expone el caso de otro hijo de seguidores de la Iglesia de la Unificación, un hombre que también reside en Tokio.
Sus padres donaban regularmente el 10 % de sus ingresos. Además, cada vez que asistían a una ceremonia o evento, entregaban dinero “de agradecimiento” en sobres.
Sus padres llegaron al extremo de disponer de una gran cantidad de dinero (millones de yenes) destinado a financiar sus estudios para donarlo a la Iglesia sin avisarle.
Su familia no tenía ahorros, recuerda el hombre de Tokio.
Después de que se independizó y comenzó a trabajar, sus padres siguieron pidiéndole dinero. Hoy casi no tiene contacto con ellos.
El residente en Tokio, un hombre en la treintena, considera que el asesinato de Abe es imperdonable, pero afirma que puede imaginar cómo fue vivir marcado por las penurias económicas originadas por las millonarias donaciones a la Iglesia.
Los hijos de los seguidores de la organización religiosa -dice- son “pobres por defecto”. (International Press)