“No puedo evitar envidiar a los padres con hijos excepcionales. Me avergüenzo de mis hijos por hacerlo tan mal”.
La autora de estas líneas es una mujer en la cincuentena que reside en la prefectura de Fukushima y que lamenta que sus hijos no estén a la altura de sus expectativas.
La mujer comparte su frustración en una carta dirigida a Yomiuri Shimbun.
Ninguno de sus hijos, dice, ha logrado entrar en instituciones educativas de primer nivel.
Los hijos de la gente con la que fue a la escuela sí han conseguido entrar a universidades de prestigio. Envidia a sus antiguos compañeros y ha decidido alejarse de ellos.
“Siempre había querido poder alardear de que mis hijos iban a buenas universidades, pero ha resultado ser todo lo contrario”, dice la mujer de Fukushima.
¿Qué hacer?
“Un hijo no es un accesorio de sus padres, no es un objeto para mostrar el orgullo de los padres”, le responde Masami Ohinata, presidenta de una universidad, a través de Yomiuri.
“Es un gran error tratar de medir el verdadero valor de un hijo por la escuela a la que asiste”, añade.
Los hijos deben encontrar sus propias metas (metas que se ajusten a ellos) y “vivir una vida feliz”, y eso deben valorar sus padres, según la académica.
Por otro lado, los padres deben hacer todo lo que esté a su alcance para que sus hijos tengan iniciativa y no se den por vencidos cuando las cosas salen mal.
Asimismo, deben formarlos para que crezcan como personas compasivas.
“Esto sonará duro, pero cuando escucho a una madre que se lamenta debido a que siente vergüenza de sus hijos solo por los resultados de un examen de ingreso, creo que son los hijos los que se avergüenzan de ella”, concluye Ohinata. (International Press)