Un 7 de diciembre, hora de EEUU, de hace 80 años Japón atacó por sorpresa la base naval estadounidense en Pearl Harbor, Hawái, que dio inicio a la Guerra del Pacífico. Cuatro años después el conflicto acabó con la rendición total de Japón tras los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki en 1945.
A pesar de haber desarrollado una relación económica pujante y establecido una alianza de seguridad poderosa, no fue hasta 2016 que estos aliados pudieron visitar los escenarios que marcaron el inicio y el final de la cruenta guerra.
Ese año, Barack Obama visitó Hiroshima y se convirtió en el primer presidente estadounidense en funciones en pisar la zona cero de la bomba atómica y el entonces primer ministro, Shinzo Abe, fue a Pearl Harbor, en un intento por cerrar las últimas heridas entre Japón y Estados Unidos.
La visita de Obama fue el desenlace de pasos muy pensados. Fue el mandatario norteamericano quien visitó primero Hiroshima con el riesgo de que los conservadores y los veteranos lo interpretaran como un acto de debilidad y disculpa con Japón.
LA HISTORIA DE LA VISITA A HIROSHIMA Y HAWÁI
El hoy primer ministro japonés, Fumio Kishida, jugó un papel importante en la visita de Obama a Hiroshima. Era Ministro de Relaciones Exteriores cuando llevó la propuesta a la reunión con sus pares del G-7, el grupo de países más industrializados. Obama tenía que venir primero.
En 2015, Washington planteó que fuera Abe quien visitara antes Pearl Harbor, cosa Tokio negó para evitar que se viera como parte de un acuerdo para que Obama viniera a Hiroshima y para no alterar a China ni encender a Corea del Norte. La iniciativa fue diluyéndose hasta que EEUU reanimó la idea.
En mayo de 2016 Obama concretó su objetivo personal de presentarse en Hiroshima sin esperar que el primer ministro japonés dijera algo sobre un posible viaje a Pearl Harbor. Para la satisfacción estadounidense, su presidente no pidió disculpas por el bombardeo y con un discurso filosófico y antibélico en el Parque de la Paz de Hiroshima dejó la sensación de que había esperanza para el mundo.
“Un destello de luz y un muro de fuego destruyeron una ciudad y demostraron que la humanidad poseía medios para destruirse a sí misma”, dijo Obama.
“El mundo cambió para siempre aquí. Pero hoy en día, los niños de esta ciudad viven cada día en paz. ¡Qué cosa tan preciosa! Es digno de ser protegido”, manifestó.
La respuesta de Japón era tácita, pero no fue inmediata. Abe recién le comunicó a Obama que visitaría Pearl Harbor en la cumbre de líderes de APEC que se realizó en Lima, Perú, en noviembre de 2016. Fue una conversación que ambos mandatarios sostuvieron de pie y que duró 10 minutos.
El 27 de diciembre, aprovechando unas vacaciones en Hawái, Abe visitó Pearl Harbor y sobre partes reconstruidas del acorazado USS Arizona, hecho hoy un museo, recordó a los muertos de la Segunda Guerra diciendo: “Nunca más debemos repetir los horrores de la guerra. Esta es una promesa solemne que hemos adoptado quienes componemos el pueblo de Japón”.
Pearl Harbor también despierta sentimientos especiales entre los estadounidenses porque marcó un punto de no retorno para ese país.
Pearl Harbor fue la primera batalla de EEUU en la Segunda Guerra Mundial “que despertó a una nación”, dijo Obama en un discurso junto a Abe. “Aquí, de muchas maneras, EEUU alcanzó la mayoría de edad”.
El hecho de que, según una encuesta del Pew Research Center de 2015, el 56% del público estadounidense todavía sentía que los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki estaban justificados porque «apresuraron el final de la guerra» habla del impacto del ataque a Pearl Harbor, dice un análisis histórico del diario Nikkei.
Ocho décadas después, no son pocos quienes consideran que aún quedan por resolver cuestiones de culpa histórica y reconciliación para profundizar la alianza en una era que pone la amenaza china y la beligerancia norcoreana los llama a estar más juntos que nunca.
Le ha tocado vivir este momento a Fumio Kishida, un primer ministro marcado por una fuerte relación personal con Hiroshima. Nació en esa ciudad. En 1993, con 28 años, fue elegido por primera vez para la Cámara de Diputados por el distrito electoral de Hiroshima y ha sido reelegido sucesivamente hasta ahora.
“Tomaré la antorcha de la abolición nuclear que otros grandes líderes mundiales la han llevado ante mí y haré todo lo posible para lograr un mundo sin armas nucleares”, dijo Kishida el 8 octubre, cuando asumió como gobernante del Japón. No pocos creen en Japón que la ilusión de Kishida no tiene espacio aún para germinar en el atribulado mundo que vivimos. (IP/NI/RI/CN/)