Japón no está preparado para proteger a los trabajadores locales que ayudaron a sus misiones en Afganistán y el fracaso de la operación a finales de agosto fue un ejemplo.
“El primer ministro Yoshihide Suga debe hacer todo lo posible durante el tiempo que le queda para salvar al personal local varado en Afganistán y entregar la tarea a su sucesor”, reclamó Hiroyuki Akita, comentarista del diario Nikkei.
Alrededor de 500 empleados afganos de la Embajada de Japón y la Agencia de Cooperación Internacional de Japón (JICA) y sus familias se quedaron atrás porque los autobuses que los llevaban al aeropuerto de Kabul no llegaron por controles de seguridad y los ataques suicidas y bombas que mataron a casi un centenar de personas.
Japón salvó a 15 personas en la retirada de Afganistán, pero EEUU evacuó a 120.000, Reino Unido a más de 15.000, mientras que Alemania, Francia, Italia, Australia y Canadá entre 3.000 y 5.000 personas, según datos recogidos por las agencias de noticias.
La operación japonesa iniciada el 26 de agosto, con aviones militares que llegaron a Kabul, fue un fracaso no por compleja y peligrosa, que era igual de riesgosa para todos, sino “porque el gobierno japonés tardó demasiado en iniciar discusiones serias sobre cómo llevarla a cabo”, dijo Akita.
Varias voces han reclamado estos días a Japón adoptar acciones con urgencia, en principio negociando con los talibanes para asegurar la salida por vía aérea del personal local y sus familias.
La negociación no es tarea sencilla. Un diplomático japonés cercano al tema advirtió que los talibanes pueden exigir ayuda de otros países a cambio de permitir la salida de los afganos que colaboraron con potencias extranjeras. “Los usarían como rehenes en efecto”, dijo.
Entre tanto los casi 500 afganos que Japón ha decidido recibir están tratando de buscar seguridad por su cuenta, mientras se hacen los arreglos para sacarlos de Afganistán. (RI/AG/NI)
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