Por Chelo Álvarez-Stehle / Barcelona
Montse Watkins (Barcelona 1955 – Kamakura 2000), columnista de International Press en los 90, nos dejó el 25 de noviembre de hace exactamente 20 años. Montse, esa joven trotamundos, independiente, feroz, sensible hasta dejarse la piel por otros, rebelde y defensora de los oprimidos. Montse, esa periodista sagaz y arriesgada, esa intelectual que se sumergió en la historia, la cultura y la literatura japonesa para revelar sus secretos más profundos y hechizantes al mundo de habla hispana. Montse, esa colega divertida, generosa, dispuesta a echar un cable a quien lo necesitara, se convirtió en mi mejor amiga durante mi vida en Japón a principios de los 90 cuando el fundador de IPC, Yoshio Muranaga, me contrató para poner en marcha lo que entonces fue el primer semanario en lengua castellana en Japón, y yo a mi vez invité a Montse a colaborar como columnista.
Su vida, como gran puente cultural y humano entre Japón y el mundo hispano, no fue en vano, y su huella, a pesar del silenciamiento intelectual al que ha sido sometida su figura, la imprimió con su último aliento un 25 de noviembre, precisamente cuando el mundo celebra el Día Internacional de la Violencia contra la Mujer.
VALIENTE Y SOLIDARIA
Montse fue gran defensora con su pluma y sus actos de esa violencia que continúa ejerciéndose contra las mujeres. No dudó en enfrentarse a comerciantes de mujeres en tugurios de mal ver como me contaba desde Chile este pasado agosto Cristian de la Fuente: “Conocí a Montse, cuando viaje a Japón en el Buque Escuela Esmeralda de la Armada de Chile en el año 1993, ella fue a la conferencia de prensa que se hizo a nuestro arribo, conversamos y me invito a conocer Tokio”. Pero era ya de noche y lo que quiso Montse es que le acompañara a entrevistar a unas personas de habla hispana que estaban implicadas en tráfico de blancas. “Yo era un muchacho entonces y me sorprendió mucho su valentía al verla conversar con esos traficantes, con total naturalidad…”.
Tampoco dudaba en acoger en su casa a un sin hogar o una mujer emigrante colombiana de los cientos atrapadas por las redes de yakuza, como explicaba en un artículo para International Press publicado el 4 de septiembre de 1994 como “Las luciérnagas de la noche japonesa”:
“Cientos de mujeres latinoamericanas ilegales, que llegaron a Japón con sueños de fortuna fácil, son la cara exótica de la noche nipona, aunque tras sus caras jóvenes y vestimentas vistosas se ocultan penalidades psicológicas, violencia física, problemas de salud, y el constante miedo a la deportación.
Esta es el arma utilizada por la mafia japonesa para enriquecerse con su trabajo y empujarlas a la complicidad con otras actividades, incluido el tráfico de cocaína.
Vivir en la ilegalidad en Japón, el país más rico del mundo, es un juego de ruleta rusa para muchas emigrantes, en el que pueden ganar unos buenos ahorros, o pueden perderlo todo, incluso la salud o la vida”.
LA IRONÍA DEL «MACHO NIPÓNICO»
Como columnista, su ironía rompía y rasgaba con el formalismo de la sociedad japonesa. Una de las columnas que escribió para “8º Día” como tituló su serie de columnas para International Press, la dedicó a lo que acuñó como “macho nipónico”:
“Los moradores de las urbes, acostumbrados a codearnos con jovencitos ataviados a la última moda, pero que les tienen miedo a las chicas; caballeros de mirada apagada, corbata mustia y el… ¡ejem! espíritu más mustio todavía, que tienen condenadas a sus esposas al abandono afectivo perpetuo y funcionan como robotitos bien programados por la empresa, no podemos perdernos un descubrimiento: el macho nipónico.
¿Dónde, dónde? Muy sencillo: hay que ir a uno de estos matsurí, o fiestas populares, donde desfilan los pesadísimos mikoshi, o santuarios portátiles, entre rugidos de aliento de los propios portadores cuya mayoría son, ni más ni menos, afiliados a la mafia yakuza. Sólo en estos contados días tienen permitido salir de sus clandestinas existencias para desplegar su coraje e indumentaria en todo su esplendor, con la misma ferocidad que un pavo real abre su cola para matar de amor a la hembra elegida”.
Montse dejó atrás Barcelona en los 80 y aterrizó en Japón persiguiendo sueños pero sobretodo en busca de su alma. “A los 29, se siente que se tiene la última oportunidad de aventura, y yo vi una lucecilla”, recuerda Montse en una entrevista que concedió al periodista Mario Castro Ganoza publicada en 1999 en International Press: «En ese tiempo yo tenía comodidades, era independiente. Estaba muy bien. En realidad estaba demasiado bien… Es una época en la que te dan ganas de hacer un cambio radical en tu vida… Llegué a Japón en 1985… con la imagen del Japón que sale en las películas de Yasujirō Ozu… Me impresionó la belleza que mostraba en las relaciones humanas…”. Pero la realidad no tardó en confrontar el mundo idílico que dibujaba el autor de “Cuentos de Tokio”. “Mostraba un mundo que ahora ya no existe en Japón. Un mundo con personas de corazón simple. Mi ideal. Pero llegué aquí y no encontré nada de eso…”.
Sin embargo, logró dejar un legado considerable que a penas empieza a recuperarse. Además de ser corresponsal en Tokio de la Agencia de noticias española EFE y del diario catalán AVUI, fue colaboradora de el diario español El Mundo, y de varias revistas en castellano en Japón, como las revistas Diálogos, Raíces Latinas y Wakaranai, y los boletines Musashi y Kyodai.
Su amor por Japón y por entender la idiosincrasia de una cultura tan diferente a la hispana, le hizo adentrarse en la historia y literatura clásica japonesas. Se sumergió de tal modo en ellas que con vocación casi religiosa, se dedicó de lleno en los últimos años de su vida, tras ser diagnosticada de cáncer, a trasladarlas al español, poniendo tanto empeño en ello que no dudó en crear Luna Books, una editorial en castellano en Japón para publicar sus obras, cuando las editoriales de una España en donde lo japonés aún no estaba de moda, le cerraron las puertas.
Es en Luna Books donde Montse publica sus dos grandes ensayos sobre la condición de los emigrantes latinoamericanos a Japón durante la burbuja económica de los 90: Pasajeros de un sueño y El fin del sueño, que son referentes de los fenómenos migratorios entre Japón y Latinoamérica, especialmente la diáspora japonesa nikkei. En El fin del sueño Montse revela el gran número de latinoamericanos que pagaron de mil a tres mil dólares por conseguir un documento afirmando que eran hijos adoptivos de una de esas familias japonesas.
Pero Montse Watkins no fue una japonóloga de biblioteca. “Montse llegó a comprender muy profundamente la esencia del alma japonesa. Por eso su obra tiene un gran valor cultural y humano”, dice Elena Gallego Andrada, filóloga, docente y traductora de literatura y poesía japonesa, con más de 30 libros publicados, residente en Japón desde hace treinta años y la persona que se ha propuesto rescatar la figura de Montse Watkins del olvido.
Tal vez la búsqueda de esa simplicidad de espíritu de las películas de Ozu que como las sirenas de Ulises atrajeron a Montse a las costas del archipiélago le llevó a zambullirse en la obra de escritores clásicos comprometidos socialmente que revelaban la cara oculta de Japón, como Kenji Miyazawa, Toson Shimazaki, Osamu Dazai y Natsume Sōseki.
Montse sintió “una relación mágica” con la obra de Kenji Miyazawa, cuyo libro Ginga tetsudō no yoru (Tren nocturno de la vía láctea) fue su primera traducción literaria. “La universalidad de este libro supera a la obra maestra de Saint Exupéry ‘El Pequeño Príncipe’”, me dijo en una entrevista que le hice en junio de 1994 para International Press. “Yo no he elegido esta obra, ha sido Kenji Miyazawa quien me ha elegido a mí… Nació el mismo día que yo… Kenji vivía en una región muy pobre. Su familia tenía una casa de empeños y ahí iba la gente cuando ya no llega a fin de mes, a empeñar sus kimonos y enseres. El vivió toda aquella pobreza con un sentido de culpabilidad que le motivó a dedicar su vida a los campesinos….”.
Montse, como Kenji, quería que le llamasen por su nombre de pila, no por su apellido. Algo realmente inusual en Japón donde las normas sociales imponen lo contrario.
MONTSE Y LOS LATINOAMERICANOS
Montse iba más allá de la noticia, y se desvivía por ayudar a los marginados, frecuentes personajes de sus crónicas. Algo que no caía siempre bien en la redacción de EFE, donde la presión obligaba a entregar varias notas al día. “Los nikkei, emigrantes latinoamericanos descendientes de japoneses, que llegaban por millares en respuesta a la necesidad de mano de obra que la burbuja económica había creado, se enfrentaban a condiciones laborales a veces infrahumanas”, dice Gallego Andrada. “Muchos le llamaban pidiéndole ayuda porque no podían entender al médico o necesitaban dinero. Montse cogía su moto e iba a donde quiera que fuese a ayudarlos. A menudo se presentaba en las fábricas para defender los derechos de los trabajadores ante los patronos. O se traía a casa a muchachas colombianas que habían caído en redes de prostitución. Ella no veía ajeno nada que le atañese a un ser humano”.
En 1994, Watkins se vio sorprendida por un cáncer de mama, que no hizo sino afianzar aún más su determinación. Se llevó el ordenador al hospital y allí rediseñó y dio los últimos toques a “Tren nocturno de la vía láctea”, libro que ella no iba a dejar perderse en el olvido. Lo había traducido tres años antes y había pateado las principales editoriales españolas “buscando a alguien que se interesase por publicar la traducción de este clásico, inédito en español… Pero nadie se interesó”. Desde la cama del hospital, con el apoyo de su compañero Tomi Okiyama, logran crear el sello Luna Books bajo la editorial Gendaikikakushitsu. Watkins llegaría a publicar cerca de treinta libros en los seis años que precedieron a su muerte.
La última vez que vi a Montse en su casa tradicional de Kamakura, me contó, sentada en el tatami frente a una copita de sake – el único remedio que aceptaba – y con su adorado periquito Garras encaramado en el pecho, que había rechazado la quimioterapia. Se había escapado dos veces del hospital, arrancándose las sondas. La certidumbre de una muerte próxima fue para ella ese indeterminado plazo de entrega que le ofrecía la oportunidad de cumplir su sueño: dar a conocer la literatura japonesa universal al mundo hispanohablante a cualquier precio.
HOMENAJE A MONTSE EN BARCELONA
El Institut Català de les Dones (ICD) en Cataluña celebra un Homenaje online a Montse Watkins el 26 de noviembre a las 18.00 hrs de España (02.00 hora japonesa), presentado por Núria Ramon, directora del ICD, en él intervendrán Beatriz Gimeno, directora del Instituto de la Mujer, Víctor Ugarte, director del Instituto Cervantes de Tokio, y las escritoras Laura Freixas y Eugenia Tusquets, así como Elena Gallego Andrada, impulsora del proyecto de libro y documental “Montse Watkins: Cuentos de Kamakura”, y su autora y realizadora Chelo Álvarez-Stehle. Para confirmar su participación y recibir el link de acceso vía Zoom escriba al e-mail: icd.activitats@gencat.cat
(*) Chelo Álvarez-Stehle vivió en Tokio a principios de los 90, donde trabajó para NHK Enterprises, fue jefa de redacción del semanario International Press En español y corresponsal de El Mundo. En 1995 se trasladó a Los Ángeles, donde combinó el periodismo con el cine documental. Su largometraje Sands of Silence – Arenas de Silencio sobre violencia sexual y trata, se puede ver a partir de hoy en países de habla hispana en la plataforma Mujeres de Cine. Actualmente reside en Barcelona.
Nota: Los cuatro últimos párrafos de este artículo se publicaron por vez primera en la revista literaria española Librújula,
CONOCISTE A MONTSE?
Si conociste a Montse Watkins y deseas contar tu experiencia estamos buscando testimonios para un proyecto de libro y documental titulado “Montse Watkins: Cuentos de Kamakura”, propiciado por la investigadora Elena Gallego Andrada y escrito y dirigido por Chelo Álvarez-Stehle. Envía un mail a: info@innerlens.com Vea el trailer del proyecto documental Montse Watkins: Cuentos de Kamakura
Be the first to comment