En abril pasado, una joven vietnamita que reside en la ciudad de Kobe recibió una notificación de la Oficina Regional de Inmigración de Osaka para informarle de que su visa de estudiante no iba a ser renovada.
¿La razón? Trabajar más de 28 horas a la semana, el límite que establece la ley de inmigración en Japón para los estudiantes extranjeros.
La joven, que se había graduado de una escuela de idioma japonés un mes antes, tuvo que renunciar a su sueño, por el que tanto se había esforzado, de estudiar contabilidad en una escuela de formación profesional en Japón.
Su caso, expuesto por Mainichi Shimbun, evidencia el dilema que enfrentan muchos estudiantes extranjeros: si trabajan en exceso, violan la ley; si trabajan poco, no les alcanza el dinero para vivir en Japón y pagar sus estudios.
La vietnamita hacía arubaitos en una fábrica de bentos y una residencia para ancianos. Ganaba alrededor de 150 mil yenes (1.432 dólares) mensuales. Además, claro, asistía a la escuela de japonés.
La joven extranjera trabajaba 150 horas al mes. Ella sabía que estaba violando la ley, “pero necesitaba dinero para ir a la escuela». Para que la plata le alcanzara, recortaba sus gastos en alimentos.
Si bien ha perdido su estatus de estudiante, Japón le otorgó la visa de «actividades designadas» que le permite seguir trabajando en la residencia para ancianos.
Otro caso, también protagonizado por una vietnamita: Ngoc Ha Pham Thi, de 26 años.
Pham Thi estudiaba en una universidad en la ciudad de Okayama, pero justo antes de graduarse, en enero de 2020, tuvo que abandonarla por problemas de dinero.
La joven fue engañada por una compañía intermediaria en su país natal, que le dijo que podría ganar 200 mil yenes (1.909 dólares) mensuales mientras en paralelo estudiaba. A la agencia le pagó un millón de yenes (alrededor de 9.500 dólares) para poder viajar y establecerse en Japón.
Arribó a Japón en 2013. Pham Thi trabajó en fábricas de bentos e izakayas, acatando el límite de 28 horas, pero el dinero no le alcanzaba. Apenas hacía 100 mil yenes mensuales (950 dólares), la mitad de lo que le prometieron.
Gracias a su esfuerzo, logró terminar sus estudios en una escuela de idioma japonés y una escuela de formación profesional en Tokio. De ahí pegó el salto a la universidad, que no pudo culminar.
Mientras fue estudiante universitaria, entró en un ciclo continuo de préstamos de 50 mil a 100 mil yenes a parientes y amigos, y devoluciones. Hasta que no pudo más.
«La vida en Japón me ha agotado», admite. Japón no era como le dijeron.
El 75 % de los estudiantes extranjeros en el país tenían trabajos a tiempo parcial en 2017, según la Organización de Servicios Estudiantiles de Japón. Muchos de los estudiantes provienen de hogares de escasos recursos y no cuentan con becas ni el apoyo de sus padres, razón por la cual tienen que trabajar para cubrir su gastos básicos y sus estudios en Japón. Pero si trabajan mucho, infringen la ley. (International Press)
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