Desde 2013, la población de brasileños en la prefectura de Shimane se ha triplicado. A fines del año pasado eran unos 3.000.
Como muchas partes de Japón, la ciudad de Izumo sufre un declive de su población. Sus jóvenes migran a grandes urbes como Tokio y Osaka. En ese escenario, los brasileños son importantes para mitigar la escasez de mano de obra en esta ciudad de Shimane.
Sin embargo, la creciente presencia brasileña está originando una situación con la que las autoridades locales no están sabiendo lidiar: los hijos de los trabajadores brasileños, niños y jóvenes, que por insuficiente conocimiento del idioma no estudian o trabajan.
La NHK expone los casos de una chica de 16 años y un joven de 21 que no continuaron con sus estudios y atravesaron por una serie de dificultades que, por fortuna, poco a poco están superando.
Alexia Misutsu dejó su natal Brasil hace cinco años, cuando tenía 11, para viajar a Japón y acompañar a sus padres, reclutados para trabajar en una fábrica en Izumo.
Su desconocimiento de la lengua japonesa le impidió adaptarse a Japón. Terminó la secundaria, pero desistió de estudiar en koko. La barrera del idioma también socavó su vida social. «No podía hacer amigos porque no entendía japonés», dice.
Después de renunciar a los estudios, la chica decidió buscar trabajo. Fue muy difícil. ¿El problema? El mismo: la falta de dominio del idioma.
Sin embargo, ahora le va mejor. Con apoyo de una oficina de orientación de Izumo y una organización sin fines de lucro que apoya a los brasileños en Japón, consiguió trabajo en una guardería. En su actual trabajo, por fin se siente integrada y mira el futuro con esperanza: estudia japonés y su meta es llegar a ser una enfermera certificada.
El segundo caso tiene como protagonista al joven Lopes Renan, que dejó Brasil hace seis años, cuando tenía 15, con destino a Japón con sus papás.
El chico tenía edad para estudiar en koko, pero no lo hizo por su escaso manejo del idioma japonés. Y eso que en su país era un excelente estudiante que soñaba con ser diseñador de videojuegos. Sueño que se esfumó en Japón por no saber nihongo.
Lopes se arrepintió de haber venido a Japón. Pasó tres años a la sombra. Casi no salía de casa y se pasaba la mayor parte del tiempo viendo anime y leyendo manga. Lo bueno fue que aprendió japonés. Sin embargo, como no salía, no alternaba con gente con la que pudiera practicar nihongo, así que no pudo acostumbrarse a hablar.
Su suerte cambió cuando conoció a la profesora Yumi Goubara, que hace tres años creó un grupo de voluntarios llamado Manabiya para enseñar japonés a jóvenes extranjeros en Izumo.
Lopes no solo encontró en el espacio abierto por Goubara una oportunidad para mejorar su dominio del idioma, sino también para reintegrarse a la sociedad y expresar sus inquietudes.
Poder hablar de sus preocupaciones, relajarse en presencia de otros, abrir su alma, ayudó a que el brasileño se sintiera con valor y ganas suficientes para buscar trabajo.
Ahora el joven hace arubaito en una tienda de conveniencia y trabaja en una fábrica de computadoras y tabletas.
Y como en el caso de Alexia, Lopes mira el futuro como un camino lleno de posibilidades. Quizá podría administrar un café para amantes de los videojuegos como él. O retomar sus estudios de programación de computadoras, que llevaba en su natal Brasil.
Si bien ambos casos han tenido un desenlace positivo, Yumi Goubara advierte en entrevista con la NHK de que cada vez hay más niños y jóvenes extranjeros en Izumo que se encierran en sus casas, tal como ocurría con Lopes.
Son chicos que no estudian ni trabajan y que necesitan más apoyo de las autoridades locales para insertarse en la sociedad. “Estamos desperdiciando su potencial. Sería trágico si esto continuara», subraya Goubara. (International Press)
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