Shichiro Shishikura, un japonés de 73 años, visita una vez al mes el Centro de Inmigración de Higashi-Nihon, en la prefectura de Ibaraki, para ver al iraní Mohammad Ali Rahmani.
¿Cómo se conocieron? Shishikura era dueño de una empresa de materiales de construcción en la prefectura de Chiba y Mohammad trabajaba para él. Su relación es tan estrecha que el iraní considera al japonés como su padre.
Mainichi Shimbun cuenta la historia de este iraní que lleva casi dos años detenido por permanecer de manera ilegal en Japón.
Mohammad arribó a Japón en 1990, cuando tenía 21 años, huyendo de su país, donde tenía problemas con la policía por las estrictas normas religiosas impuestas por el régimen islámico. En aquella época no necesitaba una visa para ingresar a territorio japonés.
Una vez en Japón, gracias a un compatriota, Mohammad encontró empleo en la compañía de Shishikura. «Cuando me dijo que no tenía a nadie aquí, lo sentí mucho por él», recuerda el japonés, quien le consiguió una habitación y lo contrató como conductor de camión.
En aquellos tiempos, las autoridades japonesas no se preocupaban demasiado por la condición migratoria de los extranjeros. Japón necesitaba mucha mano de obra en sectores como el de la construcción.
Así pues, Mohammad podía trabajar con tranquilidad.
Poco después de llegar a Japón, los padres del iraní murieron. Tenía hermanos mayores, pero no sabía dónde estaban. Sin familia en Irán, su única familia era su “padre” japonés. Agradecido por la oportunidad que Shishikura le había dado, Mohammad trabajaba duro para él.
Todo parecía ir bien, hasta que un día, mientras conducía, fue descubierto y detenido. Estuvo encerrado durante un año, hasta que fue liberado (los extranjeros que permanecen ilegalmente en Japón son detenidos hasta su deportación; no obstante, pueden ser liberados de manera provisional por razones humanitarias).
Mohammad recuperó la libertad, pero le prohibieron trabajar. Su padre japonés le consiguió nuevamente una habitación y lo ayudó a salir adelante. Sin embargo, hace casi dos años las autoridades de migración, sin explicar por qué, detuvieron por segunda vez al iraní. Y ahí sigue hasta ahora. Encerrado.
«¿Por qué no lo liberan? Parece tan cruel, ya que él trabajó muy duro en Japón», dice Shishikura. «Su condición está empeorando gradualmente», advierte.
El mes pasado, Mainichi visitó el centro de inmigración donde está detenido Mohammad y pudo hablar con él. El iraní, entre lágrimas y expresándose en japonés, dijo: «El único lugar al que tengo que volver es el de mi papá (Shishikura). ¿A dónde más puedo ir?». (International Press)
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