En enero de este año, tres niños de padre japonés y madre filipina que vivían en la isla filipina de Cebú llegaron a Japón para establecerse.
Viven en la prefectura de Saitama. Desde abril asisten a clases. El mayor, un niño de 13 años, estudia en segundo año de secundaria. La segunda, una niña de 11, está en sexto grado de primaria. El tercero, un niño de 8, estudia en tercer grado de primaria.
Como llegaron sin conocer el idioma japonés, tuvieron que comenzar a estudiarlo antes de asistir al colegio.
Reciben clases de japonés alrededor de dos horas por semana, revela Mainichi Shimbun.
Sus profesores son voluntarios: un estudiante universitario, un exeducador, una persona especializada en la instrucción de personas mayores, etc. El problema es que no hay una continuidad o ligazón entre las diferentes clases. Cada profesor enseña como puede. Y los libros de texto que emplean son diferentes unos de otros.
En una clase, por ejemplo, una voluntaria les enseña a decir palabras como «lápiz» y «borrador», mezclando inglés.
En otra clase, impartida en una escuela de idiomas diferente, les enseñan términos referidos a hábitos en las aulas, como «levantarse», «inclinarse» y «sentarse».
Han progresado poco.
En mayo, al mes siguiente de empezar sus clases en el colegio, los niños tenían que recurir a un inglés básico para comunicarse con sus maestros y compañeros de clase. En el colegio tienen un profesor de japonés, pero solo una hora a la semana, y según ellos todo lo que hacen es copiar palabras de la pizarra.
Noriko Hazeki, directora del Centro Multicultural de Tokio, una organización sin fines de lucro que enseña japonés a estudiantes que han llegado del extranjero, explica que el problema es que la mayoría de las clases de japonés dependen de voluntarios, y el personal cambia según el día. Por eso, no es posible que los alumnos reciban una enseñanza continua.
Hazeki dice que se necesitan materiales de enseñanza multilingües que contengan el vocabulario que los estudiantes deben aprender para cada grado, y que el gobierno de Japón debe elaborarlos y difundirlos.
Mientras tanto, los niños extranjeros continuarán dependiendo de esfuerzos bienintencionados, pero aislados e inorgánicos. Quizá como sugiere Hazeki, el gobierno debe asumir un rol proactivo en la enseñanza del idioma. (International Press)
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