Ser un extranjero recién llegado a Japón puede ser muy díficil. El idioma, las costumbres diferentes, otra mentalidad… Sin embargo, pasan los años y llegas a aclimatarte a Japón. Luego, un día retornas a tu país, donde naciste y viviste 20, 30 años antes de migrar a Japón… y resulta que te choca. Te acostumbraste tanto a Japón que ahora te cuesta acostumbrarte a tu país.
Pasa, por ejemplo, con sudamericanos a quienes perturban el desorden, la inseguridad o el tráfico de sus países después de haber vivido varios años en Japón.
El sitio Savvy Tokio ha publicado un texto escrito por la estadounidense Brooke Larsen, que relata cómo ha sido su experiencia de retorno a Estados Unidos después de haber vivido en Japón, donde enseñó inglés.
Brooke detalla varias diferencias entre Japón y su país. Aquí reproducimos tres:
LOS JAPONESES, MÁS EDUCADOS; LOS ESTADOUNIDENSES, MÁS AMIGABLES
En Estados Unidos, “sin importar la situación, interactúo con extraños. La gente en la calle sonríe y saluda, los cajeros entablan conversaciones y la gente con la que estoy esperando en la cola se convierten en mis amigos. Los extraños elogian el color de mi cabello y bromean conmigo de manera totalmente espontánea. Me hacen el día siempre”, dice.
¿Y en Japón?
“Los japoneses, por el contrario, no suelen hablar con personas que no conocen (a menos que haya alcohol de por medio). Existe un estricto nivel de formalidad y cortesía que impide que los extraños interactúen en un nivel real y humano”.
Eso sí, “una vez que conoces a los japoneses, sus personalidades salen a flote y es un placer”, explica.
NUNCA BEBIÓ TANTO ALCOHOL COMO EN JAPÓN
La estadounidense comenta la costumbre en Japón de beber como una obligación social y laboral. Tomar con la gente con la que trabajas es casi parte del trabajo. “Beber es una parte importante tanto de las interacciones sociales como de la cultura de trabajo”, afirma.
Brooke recuerda que cuando enseñaba inglés en Osaka los sábados por la mañana, solía tener estudiantes que le decían que habían bebido la noche anterior y que tenían resaca, como si fuera lo más normal del mundo.
La profesora regresó a su país y cuenta que apenas ha tomado una cerveza. Cuando sale con gente, nadie espera que beba. No existe la obligación social de hacerlo. Lo que se espera, en cambio, es que dentro de los grupos de bebedores haya personas sobrias debido a su responsabilidad como «conductores designados».
Brooke dice que nunca bebió tanto como cuando vivió en Japón, ni siquiera cuando fue a la universidad, en Nueva Orleans (“la capital del alcohol en Estados Unidos”). Y cuando bebía, no lo hacía por obligación social.
“No puedo imaginar que un estudiante se presente a una clase en EEUU y admita abiertamente que tiene resaca. En Japón es normal beber mucho, sin importar lo que tengas que hacer al día siguiente”.
EL TRANSPORTE PÚBLICO, MUCHO MEJOR EN JAPÓN
Brooke elogia el transporte público de Japón, sus shinkansen que le permitían ir de Osaka a Tokio en menos de tres horas. En Osaka, vivía a tres minutos a pie de una estación de tren que la conectaba directamente con el centro de la ciudad.
Ahora vive en California y no tiene coche. Ni siquiera tiene licencia de conducir. En un lugar con muchas autopistas, la pasa mal. “El uso de trenes rara vez es una opción deseable o viable en Estados Unidos”, dice.
Otro aspecto en el que Japón -a su juicio- supera a EEUU: sus instalaciones públicas e infraestructura en general. Por ejemplo, los baños casi siempre están impecables en Japón y las carreteras están en buen estado.
Pese a estos desajustes, a Brooke Larsen parece haberle ido bien en su regreso a EEUU. Diferente es el caso de su amiga Ferheen, una científica californiana a la que conoció en Japón y con la que se reencontró después en EEUU.
JAPÓN: MISÓGINO Y RACISTA, PERO…
Ferheen vivió tres años en Kansai. A principios de 2018, después de obtener una maestría en biología reproductiva en la Universidad de Osaka, dejó Japón y volvió a EEUU.
En Japón, vivía en casa de una familia japonesa. Aprendió el idioma y -revela Brooke- se “sumergió completamente en el estilo de vida japonés”.
Sin embargo, su vida en Japón estuvo lejos de ser idílica. Ferheen se sintió discriminada por su origen étnico y por ser mujer y extranjera.
La científica volvió a su país y las cosas han sido duras para ella.
El actual clima político de EEUU y temas controvertidos como el control de armas la agotan, al extremo de que prefiere lidiar con la discriminación en Japón.
«Sí, Japón es misógino y racista, pero no tenía que preocuparme por las armas y la violencia”, afirma.
Además, enfatiza que nunca se sintió más saludable en su vida que cuando vivió en Japón, donde como parte de su rutina diaria caminaba más de 10.000 pasos al día, algo imposible en EEUU debido a “la infame cultura del automóvil de California”.
“No me siento tan segura en este país… dejé de hacer ejercicio y caí en una depresión porque extrañaba Japón», confiesa.
Sin embargo, era consciente de que tenía que regresar a Estados Unidos para ser una gran científica. “Sabía que mi potencial se desperdiciaba en un país que no valora la voz de las mujeres, especialmente las extranjeras. Al menos en mi propio país, no es imposible luchar». (International Press)
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