Rabin Ghemosu, un estudiante nepalí de 26 años, se suicidó en un bosque en la ciudad de Fussa, Tokio, en mayo de 2014.
«La vida se ha vuelto muy dura», dejó escrito en Facebook. En su habitación se encontraron recibos de préstamos de amigos a los que debía dinero y notas sobre su soledad.
«Quiero pagar los préstamos de mis ahorros», escribió en otra nota. Sin embargo, solo contaba con unas pocas decenas de miles de yenes en su cuenta bancaria.
Quien cuenta su penosa historia a Mainichi Shimbun es Rukesh Gosain, un nepalí de 33 años que fue su mejor amigo. Pertenecían al mismo grupo étnico y llegaron a Japón casi en la misma época.
Ghemosu se mudó a Japón para estudiar en una escuela de idioma japonés en Fussa en octubre de 2010. Medio año después, Gosain se unió a él. Al poco tiempo, compartían vivienda y hacían el mismo arubaito. Para mejorar su aprendizaje del nihongo, hablaban solo en japonés. «Éramos como hermanos», recuerda Gosain.
A Ghemosu parecía irle bien en Japón. Al menos, al principio. En Facebook publicaba fotos de visitas con amigos a lugares como Tokio Disneyland.
Sin embargo, a medida que el tiempo transcurría se iba aislando. Era reservado y sus compañeros de trabajo recuerdan que se tomaba a mal las bromas y se molestaba.
En la escuela también tenía problemas, incluso Gosain lo acompañó una vez para que se disculpara con el director.
En marzo de 2013, Ghemosu sorprendió a Gosain al decirle que quería vivir por su cuenta. Para Gosain, que había decidido regresar a la universidad, vivir solo era un problema porque no le alcanzaba el dinero. Los amigos se pelearon y desde entonces apenas hablaban en el trabajo.
En 2014, Ghemosu volvió a Nepal para visitar a su familia por primera vez desde que se mudó a Japón. Parecía feliz cuando hablaba con amigos y familiares. No obstante, “su madre veía dolor en sus ojos”. El día en que regresó a Japón, la mamá le pidió que se quedara: «No te vayas a Japón, no necesitamos el dinero». Él respondió que tenía que regresar.
Sin embargo, en mayo de ese año, llamó a su padre para decirle que quería volver a Nepal. Su padre le dijo que intentara un poco más. Ahora que piensa en esa llamada, el papá recuerda que parecía muy angustiado y que nunca podrá olvidar la voz de su hijo ese día.
En la misma época, Ghemosu apareció sorpresivamente en el apato de Gosain. Parecía de buen ánimo, sonreía, y le propuso vivir juntos de nuevo. Gosain se negó. Insistió, pero su amigo se rehusó nuevamente. Después de varios minutos de silencio, Ghemosu se fue. Días después se suicidó.
Gosain se siente culpable y ha pedido perdón innumerables veces. «Definitivamente podría haber salvado su vida», dice.
El servicio funerario se realizó en Tokio y varios amigos del suicida, entre ellos Gosain, juntaron dinero para costear el pasaje del padre de Ghemosu de Nepal a Japón. Después del funeral, el padre volvió con las cenizas a Nepal y las dispersó en un río.
La familia de Ghemosu tiene una granja de pollos en Nepal. Su padre cuenta que cuando supo que su hijo viajaría a Japón se puso feliz. Su suicidio le resulta inexplicable. “No entiendo por qué murió», declara a Mainichi.
Gracias al dinero que ganaba haciendo arubaito, Ghemosu enviaba ocasionalmente entre 50.000 y 100.000 yenes (453 / 906 dólares) a su casa.
Sin embargo, la plata no le alcanzaba. Se endeudó con amigos. Murió dejando alrededor de 600.000 yenes (5.400 dólares) en deudas. Sus padres tuvieron que vender tierras para saldarlas.
La hermana de Ghemosu recuerda que cuando este llamaba a casa, a veces comentaba la soledad que sufría en Japón y el estrés de estudiar y trabajar simultáneamente.
Nadie, ni siquiera su mejor amigo Gosain, sabía cuán solo se sentía Ghemosu. Cuando escribió «La vida se ha vuelto muy dura», no solo estaba golpeado por la soledad, sino también por las deudas y la responsabilidad de apoyar a su familia en Nepal.
Cinco años han pasado desde la muerte de Ghemosu y Gosain sigue pensando en su amigo.
A propósito, ¿cómo es la vida de Gosain en Japón? Como su amigo, también siente la responsabilidad de apoyar a su familia. Lleva ocho años lejos de Nepal. También se endeudó para estudiar en Japón. Desde el mes pasado, trabaja en una empresa tecnológica en Tokio. Parece irle mejor. Sin embargo, también parece afectado por la soledad. Le preguntan por su vida en Japón y él responde: «Nepal está lleno de una abundancia invisible, cosas como el amor y la amistad. Al vivir en Japón, ahora me doy cuenta de cuán bendecido fui». (International Press)
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