Matsuki Kamoshita, un estudiante japonés de 16 años, tuvo la oportunidad de conocer al papa Francisco el miércoles en el Vaticano. “¿Podría Ud. visitar Fukushima para rezar por las víctimas del accidente nuclear?”, le preguntó el adolescente.
El argentino le prometió que visitaría Fukushima durante su viaje a Japón programado para noviembre.
¿Quién iba a imaginar que el niño al que sus compañeros de estudios insultaban llamando “germen” y que tenía ganas de morir superaría la pesadilla que era su vida y conocería al papa?
Asahi Shimbun cuenta su historia.
Matsuki vivía con su familia en Fukushima cuando estalló el desastre nuclear el 11 de marzo de 2011.
Su familia, preocupada por las altas dosis de radiación a las que podrían estar expuestos, decidió mudarse a Tokio.
El niño entró a un nuevo colegio. Cuando los demás estudiantes se enteraron de que era de Fukushima, comenzaron a llamarlo “germen” y lo agredieron físicamente.
La experiencia fue brutal. Tanto así que escribió una nota en la que expresaba su deseo de “ir a cielo”. Tenía nueve años.
Cuando entró a secundaria, decidió no contarle a nadie que era de Fukushima. Pensaba que perdería a sus nuevos amigos y la vida tranquila que llevaba si les contaba que había huido del desastre nuclear.
¿Todo bien? En realidad, no.
Sí, tenía amigos y no era blanco de ijime, pero el secreto lo devoraba por dentro. Ocultar su pasado lo angustiaba. “Sentía que me iba a quebrar en pedazos”, recuerda.
Todo cambió cuando en noviembre del año pasado, incentivado por gente que apoya a los supervivientes de Fukushima, Matsuki le escribió una carta al papa para contarle sus conflictos internos.
La carta llegó hasta el Vaticano, que le envió una invitación para asistir a una audiencia general con el papa. Así lo conoció.
Matsuki ya no esconde su pasado. Ahora está en paz. (International Press)
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