Venciendo los prejuicios contra los extranjeros en Japón: la lección de una madre

Baye McNeil (foto bayemcneil.com)

Baye McNeil, un escritor afroestadounidense que reside en Japón, creó en 2008 un blog llamado Loco en Yokohama. Su primer post se tituló «Un asiento vacío en un tren lleno de gente» y hablaba de la experiencia de ser extranjero y que nadie se siente a tu lado en un tren.

A diez años de ese texto inaugural, McNeil cuenta, en una columna escrita para Japan Times, que el asiento vacío continúa siendo una constante compañía cuando viaja en transporte público.


Lamentablemente, aún hay prejuicios por vencer en Japón.

Sin embargo, hace poco vivió una experiencia que si bien comenzó mal, tuvo un final feliz.

El estadounidense viajaba en un tren que se detuvo en la estación de Jiyugaoka, Tokio. El asiento a su lado estaba vacío. Subieron pasajeros. McNeil intentó no prestar atención a la gente que entraba. No quería sufrir la desagradable experiencia de ver cómo japoneses que suben al tren y buscan asientos vacíos se acercan para sentarse a su lado, pero de pronto lo ven, notan que es extranjero y repentinamente se desvían.


Esta vez no pudo evitar mirar a una mujer japonesa y su hija, de cuatro o cinco años, ambas frente a él, que acababan de subir.

La japonesa le dijo a su hija que se sentara al lado de él para sorpresa del escritor, habituado a que lo eviten. La pequeña, sin embargo, se resistió a la orden de su mamá y gritó “¡¡kowai!!” llena de miedo. Acto seguido, la niña se aferró a la pierna de su madre sin despegar los ojos de él.

McNeil relata que vio en la cara de la mujer perplejidad y vergüenza por la reacción de su hija. “Juro que ella habría muerto de una sobredosis si la vergüenza fuera una aspirina”, escribe.


La japonesa volvió a sorprender al estadounidense. Se sentó al lado del hombre e hizo que la niña, a su vez, se sentara al otro costado de ella.

La mujer miró a McNeil, le sonrió con calidez, inclinó la cabeza y le dijo: «Sumimasen», disculpándose por su hija. El hombre le devolvió el gesto con un amistoso “Iie”, como para dar a entender que no pasaba nada, que no había problema.


McNeil, instintivamente, como siempre hace por consideración hacia la persona que se sienta a su lado (cuando alguien lo hace), se alejó un poquito para darle un poco más de espacio a la mamá. Esta, en agradecimiento, volvió a inclinar la cabeza con una sonrisa.

La historia no acaba ahí. En la segunda parte la niña cobra protagonismo.
Después de esos gestos de cortesía, el estadounidense se concentró en su teléfono. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que, de rato en rato, la pequeña asomaba la cabeza por detrás de su mamá y lo miraba. Cuando él apartaba sus ojos del teléfono para mirarla, la niña se escondía detrás de su mamá. Como hacen los niños.

Así comenzó un juego entre ambos. Tú me miras, yo te miro, tú te escondes, tú me miras, yo me escondo… En esas andaban, cuando de repente McNeil vio a la niña sonreír por primera vez.

El tren llegó a la estación donde el estadounidense tenía que bajarse. Se puso de pie, se encaminó hacia la puerta, pero antes de salir, se dio la vuelta. La niña lo estaba mirando. Pero ya no era la misma niña, la que le tenía miedo, la que gritó “¡¡kowai!!”, sino una pequeña alegre que agitaba la mano para despedirse de él y decía «bai bai».

McNeil se despidió de la niña y luego miró a la mamá. No necesitó palabras para leer la expresión del rostro de la mujer: “¡Fue gratitud! Y yo sabía exactamente cómo se sentía ella, porque el sentimiento era mutuo”. (International Press)

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