Hiromu Sakahara murió en 2011, mientras cumplía una condena de cadena perpetua por el asesinato de una mujer de 69 años en 1984.
Sakahara murió defendiendo su inocencia.
La víctima, Hatsu Ikemoto, era gerenta de una tienda de licores en la prefectura de Shiga.
Sakahara fue acusado de asesinarla y robarle dinero. En 1995, un tribunal lo encontró culpable y lo condenó a cadena perpetua. La principal evidencia para sentenciarlo fue su propia confesión: durante la investigación policial, Sakahara dijo que había asesinado a la mujer.
Sin embargo, durante el juicio el hombre afirmó que fue obligado a autoincriminarse.
En 2011, el mismo año en que murió, el Tribunal Superior de Osaka desestimó su petición para someterse a un nuevo juicio.
Pese al fallo adverso y, posteriormente, a la muerte de Sakahara, su familia ha seguido luchando por su inocencia.
Su batalla legal encontró eco: el Tribunal de Distrito de Otsu ordenó la realización de un nuevo juicio, informó la agencia Kyodo.
¿En qué se sustenta la histórica decisión (al parecer, es la primera vez que un tribunal en Japón ordena un nuevo juicio de un condenado fallecido)? En la aparición de nueva evidencia y la sospecha de que el hombre fue golpeado por la policía para arrancarle la confesión.
La defensa del hombre sostuvo que la mujer no fue asesinada como dijo Sakahara en su confesión. Como evidencia presentó el resultado de un análisis hecho por un médico forense. Las huellas en el cuerpo de la víctima no coincidían con la manera en la que el hombre dijo que había cometido el crimen.
La condena del hombre se sostuvo principalmente en su confesión, pero el tribunal de Otsu no le dio credibilidad a esta, pues Sakahara habría confesado después de ser golpeado por la policía y de que amenazaran con hacerle daño a su familia. (International Press)
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