Fernando Gimeno / EFE
Con desolación y tristeza, miles de peruanos luchan por sacarse de encima toneladas de fango para salvar lo poco que queda de sus humildes viviendas y negocios, arrasados indiscriminadamente por las recientes inundaciones que los dejaron «en el aire», sin luz, sin agua, sin comida y sin trabajo.
En el barrio limeño de Carapongo, es difícil encontrar algo que no esté cubierto de lodo después de que dos desbordes consecutivos del río Rímac ingresaran en las casas este fin de semana con casi un metro de altura, y arrasaran de madrugada con lo que había en su interior.
«Estamos en pérdida total. Solo nos queda empezar de cero, pero no tenemos cómo», explicó a Efe Edwin Becerra, administrador de un pequeño vivero denominado Tierra Verde, del que solo queda el cartel porque tanto sus plantas como su invernadero desaparecieron, arrastrados por la implacable corriente.
«Estamos sin maquinaria, y sin mercadería. Hemos perdido alrededor de 50.000 soles (unos 15.000 dólares)», añadió Becerra, sentado en un escritorio a la intemperie, mientras trataba de limpiar una impresora completamente cubierta de fango.
Mientras tanto, los jardineros evacuaban el lodo de las oficinas hacia un riachuelo que atraviesa el vivero y que marca el rastro inexorable que tomó la riada, al punto que unos metros más abajo dejó al colgando varios metros de los raíles de una vía férrea.
En el mismo terreno vive el abuelo de Becerra, Alberto García, quien contó a Efe que llegó al lugar en 1960 y nunca había visto una riada del tamaño de la que destruyó su predio, pues su casa todavía está inundada con dos palmos de agua.
La familia duerme ahora en un conjunto de carpas instaladas por la Municipalidad de Lima en el mismo lugar, expuestas de manera temeraria a que un nuevo «huaico», término quechua con el que se conoce en Perú a estos aluviones, se los pueda llevar por delante.
A muchos las inundaciones les tomaron por sorpresa, especialmente porque ocurrieron de madrugada, como recordó a Efe Felicita Ramos, quien tuvo que ser rescatada por otros vecinos de su vehículo, alcanzado por las aguas cuando intentaba escapar de la emergencia junto a su familia.
«No pude escapar. Nos rescataron con una soga, pero yo caí a la corriente. Estamos sufriendo mucho porque no tenemos agua. El pozo que teníamos en casa está lleno de tierra. Tampoco tenemos olla para cocinar. Estamos con hambre. Ni siquiera tenemos colchones. Es muy triste. Hemos perdido todo», relató Ramos.
Por su parte, el mecánico Juan Mamani comentó que solo tuvo tiempo de llevar a su familia al segundo piso de su vivienda, tras recibir la alerta de los vecinos, y desde allí observaron con frustración cómo el agua se llevaba sus enseres durante día y medio.
«Este era mi taller, y ahora mis máquinas están hechas un desastre. Solo me queda esperar que se seque para botarlo todo. Ha sido un golpe muy duro. Pido urgente apoyo de alguna empresa para poder volver a comenzar de cero», dijo Mamani mientras observa con pena sus herramientas bajo el agua.
Cerca de su casa, unos niños jugaban al «minihuaico», y trataban de contener el flujo de un pequeño desagüe que todavía expulsaba agua de la riada.
La mayoría de los damnificados en Carapongo duerme ahora en un campamento instalado en una zona cercana, donde reciben algunos alimentos, ropa y atención médica, a cargo del médico Álex Rosas, coordinador de emergencias del Hospital de Vitarte.
El galeno aseguró que desde el viernes ya han sido atendidas medio millar de personas, la mayoría por diarreas agudas, pero también por infecciones respiratorias como faringitis y bronquitis en niños y ancianos, además de infecciones urinarias por haber permanecido con la misma ropa húmeda varios días.
En estos lugares, así como otros más aislados del norte de Perú, la ayuda estatal llega con cuentagotas, pues la emergencia abarca a 100.000 personas que se han quedado sin vivienda, además de otras 630.000 personas afectadas en menor medida, mientras que también hay 75 fallecidos, 264 heridos y 20 desaparecidos.
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