En 2013, había en Japón solo 21 “kodomo shokudo”, comedores gratuitos o a bajo precio para niños de escasos recursos. En mayo de este año, su número se había disparado a 319, según un estudio de Asahi Shimbun.
La pobreza en Japón se oculta en gran medida, pues puede conducir a la vergüenza pública y la discriminación. Las familias con frecuencia escatiman en comida y otras necesidades para que sus niños se vistan lo suficientemente bien como para evitar que sean vistos como desamparados. Estos niños pueden tener smartphones, pero no dinero para comprar una caja de jugo de 100 yenes (0,98 dólares) o participar en un viaje escolar, afirma Setsuko Ito, que dirige la división de apoyo a la crianza de niños en el distrito de Arakawa, Tokio.
Kaori Suetomi, profesora especializada en educación y finanzas en la Universidad de Nihon, afirma que «hasta ahora, Japón no ha abordado realmente el tema de la pobreza infantil”. Peor aún, “los funcionarios no están seguros de qué hacer». Suetomi es coautora de un informe sobre políticas diseñadas por los gobiernos locales en Japón para lidiar con la pobreza.
Suetomi explica que el problema es que los presupuestos de dichos programas no están garantizados, motivo por el cual algunos gobiernos locales han tenido que abandonarlos. Además, la pobreza infantil es un asunto que compete a los Ministerios de Educación y Bienestar, dificultando que se establezca con claridad la responsabilidad de cada uno en la provisión de fondos.
Estigmatizados como pobres, necesitados o desvalidos, los niños podrían ser víctimas de ijime en la escuela o en su barrio, e incluso verse perjudicados en el futuro.
Uno de los 319 comedores para niños que hay en Japón está dirigido por Misako Omura y funciona en un modesto apartamento en Tokio.
En 2014, Omura ofreció su primera su cena semanal para niños de Arakawa que no contaban con suficiente apoyo de sus familias, escuelas y comunidades. El comedor se sostiene con donaciones y una subvención del municipio local, así como con los 300 yenes (2,93 dólares) que los asistentes tienen que pagar por comida.
Omura enfatiza la importancia de que la gente entienda que “cada niño es nuestro niño” y “que estamos criando a los niños que nos van a sostener”.
Ojo, un detalle importante. Omura aclara que no todos los niños que reciben son pobres. A veces son niños que no tienen con quién comer porque sus papás trabajan hasta tarde. Se trata, también, de crear una red de apoyo para que los chicos no se sientan solos.
La gestora del comedor prefiere que los niños no hablen con los medios para evitar la exposición pública. Estigmatizados como pobres, necesitados o desvalidos, los niños podrían ser víctimas de ijime en la escuela o en su barrio, e incluso verse perjudicados en el futuro cuando, por ejemplo, busquen empleo (ya vimos como en las redes sociales atacaron a una chica que dijo que por ser pobre no podía comprarse una computadora).
Por último, un interesante dato a tener en cuenta: poco más de la mitad de los hogares con un solo padre se consideran por debajo la línea de pobreza. Las madres solteras ganan un promedio de 150.000 yenes (1.469 dólares) mensuales y el apoyo que reciben de los programas de bienestar es limitado. (International Press)
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