Etiqueta nació gracias a películas como la exitosa «Ringu»
Hideo Nakata, uno de los padres del terror nipón moderno, estrena en el Festival de Tokio su última cinta, «Ghost theater», filme en torno a un espeluznante maniquí embrujado que supone su séptima incursión en este género del que, confiesa, nunca ha sido un gran aficionado.
El filme (titulado «Gekijo rei» en japonés) se centra en los entresijos de una producción teatral y en tres de sus competitivas actrices, que caerán bajo el malévolo influjo del mencionado maniquí, empleado como atrezo en la obra.
El filme, producido por Yasushi Akimoto, la mente detrás del popular grupo femenino AKB48 (una de sus miembros, Haruka Shimazaki, se cuenta entre el trío protagonista), supone el retorno de Nakata a al mismo escenario -un teatro- en el que se desarrollaba su opera prima, «Joyu rei» («Don’t look up»).
«La diferencia es que en este caso no se trata de un fantasma, que es algo que asusta porque no debería estar ahí. Un maniquí es algo cotidiano que físicamente está ahí, delante tuyo y es la mente humana la que intuye el carácter sobrenatural de esa muñeca», cuenta a Efe en un céntrico hotel tokiota.
En su séptima película de terror, Nakata insiste en poner al frente del elenco a mujeres.
«Disfruto más dirigiendo a mujeres. Puede que haya algún deseo oculto en mí y que quiera convertirme en mujer», cuenta entre risotadas este cineasta nacido hace 54 años en Okayama (oeste de Japón) y amante del cine de George Cukor («me encantan los melodramas protagonizados por mujeres», admite).
Su nueva película se estrena esta semana dentro de un ciclo del festival en el que se incluyen otras joyas del llamado «J-Horror», etiqueta que nació gracias a títulos como «Ringu» («The ring»), el gran éxito que dirigió en 1998.
«‘Ringu’ tenía un gancho muy fuerte, apenas bastaban unas pocas líneas para resumirla y se vendía sola», rememora un Nakata que luce el mismo par de gafas que usaba en aquel entonces y que apenas parece haber envejecido en las últimas dos décadas.
«Estaba cargada de misterio y tensión porque estaba enmarcada en una cuenta atrás de siete días (el tiempo que tenía la protagonista para romper la maldición que pesaba sobre ella)», añade.
Su aterrizaje en el género de terror, en todo caso, «fue una coincidencia», ya que su debut -«Don’t look up»-, fue en realidad una manera de «hacer dinero» para completar una película documental que estaba rodando sobre el director estadounidense Joseph Losey.
Sin embargo, gracias a ello le ofrecieron adaptar a la pantalla la novela de Koji Suzuki «Ringu», que acabaría siendo su mayor éxito.
«Nunca he estado enamorado del género de terror. Sin embargo, soy una persona pesimista y eso puede haberme ayudado a la hora de hacer este tipo de películas», confiesa.
El realizador reconoce que el cine de sustos asiático de los noventa supuso un contrapunto ideal para el terror estadounidense de la década anterior, plagado de títulos «splatter» o «slasher» (ambos con una violencia muy gráfica).
«Gustó mucho el que hubiera una presencia, que está ahí quieta sin hacerte nada, pero que no sabes qué es y te aterroriza. Sería algo así como el «quiet horror» («terror silencioso»), tal y como lo describió un muchacho estadounidense de instituto que me escribió una carta hace tiempo», argumenta.
En todo caso, Nakata es mucho más que terror, ya que ha dirigido dramas como «Last scene», thrillers como «Monsterz» o documentales como «3.11 go wo ikiru», posiblemente una de las visiones más interesantes, por su total falta de autocomplacencia, sobre la tragedia del tsunami que segó 18.000 vidas en Japón en 2011.
«Se ha mostrado en mercados de compra fuera de Japón pero creo que no ha sido bien recibido porque no habla del accidente nuclear de Fukushima, que ahora centra todo el interés. No creo que llegue a distribuirse fuera», matiza.
De momento espera estrenar el año que viene un nuevo largometraje que no será de terror y del que solo puede decir «que sorprenderá a más de uno».
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