Psicólogo japonés ensaya una explicación
En Japón no son infrecuentes los asesinatos cometidos contra parientes: parricidios, filicidios, fratricidios.
A principios de este mes, por ejemplo, en Aomori, un hombre de 66 años asesinó a su hermano de 70 con un hacha. El homicida declaró a la policía que actuó en defensa propia, aduciendo que su hermano pretendía atacarlo con una motosierra.
Un informe de la Agencia Nacional de Policía de Japón reveló que aunque el número de homicidios procesados en 2013 fue de 950, inferior –por ejemplo– a los 1.342 registrados en 2004, el porcentaje de casos que involucraron a miembros de la misma familia había subido (53,5 % de todos los homicidios en 2013).
¿Por qué? ¿A qué se debe? Japan Today recoge un reportaje de la prensa japonesa que recurre a un psicólogo clínico, Hirokazu Hasegawa, para intentar entender qué hay detrás de estas cifras.
«Se cree que la forma en que la gente fue criada en sus primeros años hace que sea más fácil que crímenes de este tipo se produzcan, y eso es particularmente fuerte en las familias en que el padre es una figura autoritaria», explica.
«Además de la violencia doméstica dirigida hacia la madre o el abuso de los niños, hay una tendencia a utilizar la fuerza para resolver los desacuerdos sin escuchar a la otra persona, lo cual puede ser peligroso”, añade.
Así como los países resuelven (o al menos intentan resolver) sus discrepancias a través del diálogo para no usar la fuerza, las familias también necesitan comunicarse para encontrar soluciones y no sacarse los ojos.
“Sin experiencia en la resolución de conflictos a través de la comunicación, incluso después de alcanzar la edad adulta, esas personas reproducen las escenas violentas de su infancia, y entran en un estado de pánico. Cuando opiniones opuestas causan un conflicto, las personas que han sido condicionadas a la violencia pueden repentinamente degenerar en un comportamiento violento», dice el psicólogo.
Cuando dos parientes tienen una disputa, es más fácil que las emociones extremas se descontrolen. La familia levanta pasiones, para bien y para mal. Los celos de un hermano o primo tienden a acumularse con el tiempo, y en muchos casos pueden desencadenar un incidente, según Hasegawa.
«Si un padre prodiga elogios o da un tratamiento especial al hijo mayor, o por el contrario es demasiado estricto con él, pero más indulgente con el hijo menor, esto fomenta un sentido latente de injusticia», detalla. Y eso puede tener consecuencias funestas en el futuro.
«La experiencia de ser comparado desfavorablemente con un primo también puede provocar heridas emocionales duraderas», agrega.
¿Qué hacer? «No hay necesidad de forzar injustificadamente los contactos familiares. Si usted entiende que estos tienden a estimular recuerdos desagradables, entonces no regrese a su tierra natal (para no reencontrarse con su familia)”, responde.
A veces se dice que los líos familiares deben resolverse puertas adentro, que los trapos sucios se lavan en casa, que incumben a la familia y a nadie más. Hasegawa discrepa. Si un desacuerdo familiar no se puede resolver, entonces recomienda: “Consulte a un experto, como un abogado, y este dispuesto a permitir, si es necesario, que un tercero se involucre». (International Press)