Su hija, de 23 años, era empleada del Departamento de Agricultura del municipio de la ciudad.
Entre los cerca de 1.300 asistentes a un acto celebrado el domingo 9 de marzo en Rikuzentakata, en Iwate, para recordar a los familiares y otras personas que perdieron la vida en el Gran Terremoto y Tsunami de Tohoku, hace exactamente tres años antes, estaba Chikara Usui , un japonés de 64 años. Su hija, Fumika, murió atrapada por el tsunami.
Fumika tenía 23 años, había comenzado a trabajar en el municipio al menos un año antes. Era empleada del Departamento de Agricultura, y se encontraba en un centro agrícola situado a unos tres kilómetros de distancia de su oficina el día de la catástrofe. Después del terremoto, un colega la vio yendo a toda prisa hacia el ayuntamiento para ayudar en las acciones de respuesta al desastre.
Su cuerpo fue encontrado en un bosque de la montaña dos días después con su placa de identificación aún colgada en su pecho. Chikara fue quien identificó su cuerpo en la morgue.
«Ella murió al tratar de cumplir con su deber», comentó el hombre con una mezcla de profunda tristeza y orgullo. «Siento que el final de su vida realmente caracterizó el tipo de persona que era».
«Ella probablemente habría logrado salir con vida si se hubiera dirigido a las montañas en vez de volver al trabajo», dijo el padre de Fumika tras escuchar lo que había ocurrido aquel 11 de marzo.
Rememorando que ella solía hablar de lo mucho que le gustaba su trabajo con sus colegas y con los agricultores locales, se dijo a sí mismo: «Si mi hija hubiera escapado a las montañas y sobrevivido, quizá ella pudiera haberlo lamentado».
En Rikuzen Takata murieron cerca de 1.800 personas, el más alto número de víctimas entre las ciudades de la provincia de Iwate, duramente golpeada por el terremoto y tsunami de 2011.
LAS LÁGRIMAS Y EL RECUERDO
El taller de mantenimiento de carros de la familia, Chikara Car’s, fue destruido por el desastre. Al emprender la reconstrucción de su negocio se comprometió con sus empleados a ayudar a la comunidad en todo cuanto pudiera. En el verano de 2011 el taller ya estaba en funcionamiento.
Un año después de la catástrofe, él y su gente reparaban afanosamente los carros que habían sido dañados por el tsunami.
El domingo, durante la ceremonia de homenaje a las víctimas de 2011, Chikara se encontró preguntándose qué cosa hubiera ocurrido si el desastre no hubiera sucedido e imaginaba cómo habría sido la vida con su hija.
Durante el minuto de silencio, el hombre apretó los dientes para no llorar, pero las lágrimas se le cayeron.
Después de la ceremonia, Chikara parado frente a la tumba de Fumika – que se encuentra cerca de su casa – juntó las manos en oración después de poner sobre ella una ofrenda de flores y la torta de la frutas que una vez su hija tanto amó.
Si bien a veces se encuentra desesperadamente triste, mientras se pregunta si había algo más que podía haber hecho por su hija, Chikara confiesa que ha llegado a creer que él y Fumika son de hecho bastante iguales.
Antes de la catástrofe proyectaba ceder su compañía a otra persona, pero ahora ha decidido seguir adelante y mejorar incluso la gestión del taller.
“Una vez Fumika decidía algo, ella nunca volvía atrás”, recordó. «Ella era igual que yo”. (Mainichi)