Yasukuni, la espina clavada en el corazón de Asia

Expertos japoneses consideran que no deben repetirse las visitas al santuario


Andrés Sánchez Braun / EFE

La reciente y criticada visita del primer ministro japonés, Shinzo Abe, al santuario de Yasukuni, que glorifica la etapa militarista de Japón, ha vuelto a situar el foco sobre este polémico recinto, espacio sacrosanto para muchos nipones y herida abierta para sus vecinos asiáticos.


Los dos grandiosos torii (arcos sagrados) que dan acceso, así como las sentidas reverencias de los visitantes que entran y salen del complejo o los hermosos cánticos que llenan el aire revelan al instante el fuerte simbolismo y la espiritualidad del lugar, erigido a finales del XIX como pilar del sintoísmo nacionalista.

En línea recta se sitúa el Haiden o sala principal, donde se realizan ofrendas y se presentan respetos a las almas que reposan en el posterior Honden, principal altar del recinto que honra a 2,4 millones de militares nipones caídos entre 1853 y 1945, soldados que «dieron su vida para levantar los pilares del Japón Moderno».

En 1978, la entidad que administra Yasukuni decidió incluir entre los aquí consagrados a 14 oficiales del Ejército Imperial condenados como criminales de Guerra de clase A por el Tribunal para el Lejano Oriente a consecuencia de los actos que cometieron durante el periodo más oscuro de la historia reciente del país.


Así, figuras como Hideki Tojo, primer ministro durante gran parte de la II Guerra Mundial y uno de los principales responsables de la política de agresión nipona en Asia, se unieron al resto de los venerados.

La decisión no generó excesivo ruido hasta que en 1985 Yasuhiro Nakasone desató las protestas de Pekín cuando decidió ser el primer jefe de Gobierno nipón en realizar una visita oficial a Yasukuni (hasta entonces las plegarias y ofrendas de los primeros ministros al santuario habían sido siempre de carácter privado).


Desde entonces, y aunque ningún primer ministro volvió a acercarse al recinto en representación del Gobierno, cada visita privada realizada por cualquier miembro del Gabinete ha sido reprendida con especial ahínco por China y Corea del Sur, dos de los países que más padecieron la colonización militar nipona.

Con los años las críticas se fueron ampliando también a otros ámbitos de Yasukuni, como, por ejemplo, su igualmente controvertido Museo de la Guerra, situado en la franja norte del complejo.

Más allá de los bienes exhibidos, un legado de enorme interés especialmente en lo relacionado con la II Guerra Mundial, el reproche va esencialmente dirigido hacia el enfoque con el que se describe la actuación japonesa entre principios y mediados del siglo XX.

A lo largo de sus salas, el museo describe una nación guerrera forjada por siglos de luchas intestinas que, acosada por potencias extranjeras y países vecinos, forzosamente se ve obligada a expandir sus dominios y a entrar en conflicto para defender su derecho a crecer económicamente y proteger las vidas de sus ciudadanos.

La visita se remata en la tienda de regalos, en la que se ofertan tratados que cuestionan el alcance de la matanza de Nanking, donde se estima que el Ejército Imperial masacró a cientos de miles de civiles chinos en 1937, o la validez que tienen los fallos del Tribunal para el Lejano Oriente al término de la II Guerra Mundial.

Semejante discurso levantó ampollas incluso en Washington, cuyas quejas lograron que se modificaran algunos contenidos relacionados con la manera en que el museo retrataba a Estados Unidos, recuerda a Efe el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad tokiota de Sophia, Koichi Nakano.

«El problema es que al exhibir este peculiar entendimiento, anticuado y parcial, de lo que fue la guerra, el museo hace aún más difícil que Yasukuni pueda servir como lugar de luto nacional por los caídos», añade.

Una alternativa para que el Gobierno japonés salga bien parado a nivel doméstico e internacional pasa, según Nakano, por que el primer ministro «honre a los caídos en un sitio alternativo; el cementerio nacional de Chidorigafuchi (que guarda restos de soldados nipones que nunca pudieron ser identificados)».

Mientras tanto, este y otros expertos consideran que no deben repetirse las visitas a Yasukuni, ya que alimentan la credibilidad del discurso que acusa al conservador Shinzo Abe de tener ambiciones belicistas y de estar usando la pujanza china como excusa para reforzar al ejército nipón.

Del mismo modo, el actual primer ministro, nieto de un político que se libró de ser juzgado tras la II Guerra Mundial, debería desistir también de empeños como el de quitar peso en los libros de texto al proceder de Japón antes y durante la contienda, «algo que, sinceramente, ahora mismo es difícil de imaginar», considera Nakano.

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