¿Puede la inmigración salvar a Japón?

Ventajas y desventajas de aceptar más trabajadores extranjeros



Cómo contrarrestar la disminución de su fuerza laboral es uno de los principales retos de Japón. Elevar la tasa de empleo femenino puede ayudar. Una de las tareas prioritarias del gobierno que encabeza el primer ministro Shinzo Abe es facilitar la reinserción laboral de las mujeres que tras dar a luz a su primer hijo no pueden retornar al trabajo (por escasez de guarderías, entre otros motivos).

Sin embargo, resalta el diario Nikkei en un artículo firmado por el investigador del Japan Center for Economic Research, Jun Saito, la incorporación de las mujeres al mercado laboral no alcanzaría para resolver el problema. Aumentar la tasa de natalidad sería lo ideal, pero aun cuando eso fuera posible, el impacto en el crecimiento económico del país tardaría veinte años en manifestarse.

En ese contexto, el incremento de los trabajadores extranjeros aparece como una opción. Saito revela que en un seminario celebrado recientemente en Estados Unidos, uno de los asistentes le preguntó por qué Japón no acepta más inmigrantes si el propio Japón promovió la migración de miles de trabajadores a Sudamérica entre fines del siglo XIX y mediados del siguiente.


El tema no se ha discutido lo suficiente en el país, apunta. Sin embargo, con respecto a los trabajadores extranjeros calificados parece haber consenso. Incluso el gobierno ha creado un programa para flexibilizar los requisitos en el otorgamiento de visas a los profesionales con altas calificaciones.

Las discrepancias surgen cuando se aborda el tema de los trabajadores extranjeros no calificados.

El investigador destaca que el trabajador no calificado, al formar parte de la cadena productiva nacional, pagar impuestos y aportar al seguro social, contribuye al crecimiento de la economía del país, apuntala su salud fiscal y refuerza la sostenibilidad del sistema de seguridad social.


Sin embargo, más allá del aspecto económico, advierte de que el aumento de extranjeros podría causar desavenencias entre estos y los japoneses por diferencias culturales y un incremento de la delincuencia. No obstante,  no aceptar más trabajadores del exterior por temor a que esto pueda ocurrir también implica renunciar a los efectos positivos de su incorporación a la fuerza laboral del país.

La solución podría consistir en implementar políticas para lidiar con las posibles consecuencias negativas del incremento de los inmigrantes, mientras se disfruta de sus beneficios.  La inyección de sangre extranjera contribuiría a dinamizar las economías locales, mientras que las que elegirían no recibirla correrían el riesgo de estancarse.


Saito destaca que Corea del Sur, por citar un ejemplo, ha reformado su política de inmigración para abrir sus fronteras a trabajadores extranjeros, preparar a su sociedad para convivir con los inmigrantes y apoyar a los hijos de parejas internacionales.

Si Japón no actúa rápido y emplea demasiado tiempo en discutir si flexibiliza su política migratoria, cuando finalmente decida aceptar más trabajadores extranjeros (si lo hace), no existe seguridad de que estos decidan migrar a Japón, advierte el autor del artículo, pues países como Corea del Sur podrían resultarles más atractivos. La percepción de que si Japón abre sus fronteras el país se va a inundar de inmigrantes puede ser errónea, concluye.


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