Muchos fueron soldados que cometieron abusos en China y otros países
El fotoperiodista japonés Munesuke Yamamoto ha recogido en un libro los testimonios de 70 supervivientes de la Segunda Guerra Mundial, tanto de Japón como de otros países asiáticos.
En entrevista con la agencia Kyodo, Yamamoto destaca la sinceridad de los supervivientes al dar cuenta de sus experiencias, conscientes quizás de que estaban al final de sus vidas y deseosos de decir su verdad antes de morir.
De los 70, 18 han fallecido desde que el fotógrafo los entrevistó.
Antes de iniciar la elaboración de su libro en 2005, Yamamoto tenía un limitado conocimiento de la guerra. Por ello, fue muy importante para él escuchar lo que los supervivientes tenían que decirle. Muchos de ellos –revela– pese a ser nonagenarios, hablaron sobre sus experiencias durante seis o siete horas.
Yasuji Kanebo (1920-2010) jamás pudo olvidar lo que hizo en un pueblo chino en 1941. Su comandante intentó violar a una mujer china, pero ante su feroz resistencia, Kanebo y su superior la arrojaron a un pozo. El pequeño hijo de la víctima saltó tras ella, y Kanebo, por orden de su comandante, lanzó una granada al hoyo.
«Incluso si intentara justificar lo que hice diciendo que solo estaba siguiendo órdenes, el niño podría decirme: ‘Lo hiciste’. No quiero que los jóvenes repitan los errores que cometimos. Nunca debemos hacer la guerra otra vez», enfatizó.
Ken Yuasa (1916-2010) fue médico militar durante la guerra. A lo largo de tres años, realizó vivisecciones (disecciones de seres vivos) a diez hombres chinos. Solo tuvo miedo la primera vez. Yuasa siempre sintió que el militarismo japonés le había lavado el cerebro y esperaba que una persona como él nunca volviera a nacer.
Ichiro Koyama asesinó a puñaladas a un prisionero chino atado a un árbol durante una sesión de “entrenamiento” para nuevos soldados. Para él, Japón debe disculparse sinceramente con los países donde perpetró abusos contra su población.
El libro también contiene testimonios de mujeres surcoreanas, chinas y filipinas que fueron obligadas a servir en prostíbulos establecidos por el ejército japonés.
La obra –explica Yamamoto a Kyodo– no pretende dividir a los supervivientes en “buenos” o “malos”, sino mostrar cómo una persona puede ser a la vez víctima y victimario durante una guerra.
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