Zona atrae a 40 millones de personas cada año
Andrés Sánchez Braun / EFE
Tokio celebra estos días el décimo aniversario de uno de sus desarrollos urbanísticos más ambiciosos, Roppongi Hills, proyecto cuya sofisticación y brío cultural han regenerado de pleno uno de los principales núcleos de la capital nipona.
Erigido en el corazón del distrito de Minato, que amalgama junto a la bahía muchas embajadas y a la mayoría de las principales multinacionales presentes en el país, el proyecto ha redibujado en este último decenio el barrio de Roppongi, hasta entonces conocido principalmente por su vida nocturna y alocada.
Aunque buena parte de ese espíritu trasnochador y canalla ha sobrevivido, la zona es hoy un lugar que brinda ocio de todos los colores antes y después de caer el sol gracias a la apabullante oferta de este complejo residencial y comercial convertido en referencia a la hora de encarar proyectos de este tipo en Japón.
Roppongi Hills concentra más de 200 establecimientos que abarcan desde firmas exclusivas a marcas deportivas, pasando por el vistoso hotel Grand Hyatt o un coqueto concesionario de Mini Cooper, sin olvidar a Zara, que ha ubicado una de sus tiendas en uno de los accesos principales.
Su planteamiento, en el que se superponen calles peatonales, esculturas, parques o miradores, lo aleja del concepto tradicional del centro comercial o «mall» estadounidense y lo aproxima más a la idea de «ciudad dentro de una ciudad».
En uno de sus flancos se levantan dos torres residenciales que se dice alojan los apartamentos más caros de Tokio -la revista Business Week situó los alquileres en torno a los 45.000 dólares (35.000 euros) mensuales- mientras que su centro neurálgico lo vertebra la Torre Mori, rascacielos de 54 plantas que corona el conjunto.
Allí tienen sus oficinas Barclays, Google o Goldman Sachs, y también la tuvo Lehmann Brothers hasta su catastrófica e infame quiebra.
En total, Roppongi Hills da cobijo a unos 20.000 trabajadores y a unos 2.000 residentes, cifras acordes con la idea con la que imaginó este proyecto el magnate de la construcción Minoru Mori.
Mori, fallecido en 2012, dedicó buena parte de sus últimos años a levantar este desarrollo que fue concebido en 1986 pero que no vio la luz hasta 2003, ya que la constructora tuvo que adquirir pacientemente las 400 parcelas que ocupaban las 12 hectáreas donde hoy se levanta todo el complejo.
Más allá del desfile de marcas comerciales y del despliegue arquitectónico de este proyecto que costó unos 4.000 millones de dólares, lo que más atrae a los 40 millones de tokiotas y japoneses que lo visitan cada año es la nutrida y siempre cambiante oferta cultural que orbita a su alrededor.
Además del «glamour» que cada año trae el Festival Internacional de cine de Tokio, que Roppongi Hills acoge desde 2004, la torre Mori guarda bazas como Academy Hills, un centro multidisciplinar en el que se organizan infinidad de eventos y conferencias.
La joya de la corona, sin embargo, reside en el último piso del edificio.
Se trata del Museo de Arte Mori, uno de los centros que más ha impulsado la escena de la creación contemporánea en la megalópolis tokiota en la última década.
Por sus salas han pasado las refrescantes y divertidas propuestas de artistas nipones como Yayoi Kusama, Makoto Aida o Takashi Murakami, la estética de Victor & Rolf, la provocación de Ai Weiwei o una soberbia retrospectiva sobre la arquitectura metabolista.
Precisamente uno de los fundadores de ese movimiento, Kisho Kurokawa, proyectó tan solo a un par de kilómetros de distancia el majestuoso Centro de Arte Nacional, inaugurado en 2007 como competencia directa del Museo Mori.
Pocos meses después se presentó Tokyo Midtown, otro macrocomplejo que incluye otro rascacielos y un parque monumental, además del Museo de Arte Suntory y el 21_21 Design Sight, una galería de la fundación del prestigioso diseñador Issey Miyake y el arquitecto Tadao Ando, Premio Pritzker 1995.
Pero lejos de ensombrecer la propuesta de Mori, la sana competencia entre estos tres focos ha propulsado la vida cultural del barrio hasta convertirlo en el segundo núcleo museístico de la ciudad, al cual se ha bautizado con el nombre de «Roppongi Art triangle».
Por ello, desde 2009 se convoca la «Roppongi Art Night», noche en la que todas las salas abren sus puertas y se despliegan proyectos específicos en calles y avenidas, y que en su última edición el pasado marzo atrajo a 830.000 visitantes deseosos de experimentar este cóctel único de agitación nocturna y propuestas estéticas de vanguardia.
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