Japoneses recuerdan a sus muertos durante el Obon
Andrés Sánchez Braun / EFE
Japón vive estos días su particular operación salida, la que corresponde al Obon, festividad en honor de los antepasados fallecidos en la que las familias se reúnen para hacer ofrendas, bailar y contar historias de fantasmas.
Muchas autopistas han comenzado a soportar atascos de más de 40 kilómetros, mientras los trenes bala viajan con los pasillos abarrotados y las calles de la normalmente congestionada Tokio lucen en cambio tranquilas en plena hora punta.
Algunos han iniciado ya sus escapadas a Europa, Guam o Hawái, destinos típicos de estas fechas, en los que este año se espera un 10 por ciento más de afluencia japonesa gracias al encarecido yen y a la mejora del ánimo tras un 2011 marcado por la tragedia del terremoto y el tsunami.
Aún así, la mayor parte de los nipones regresa a sus residencias familiares entre hoy y el miércoles para celebrar Obon, un rito que se oficiaba en torno al decimoquinto día del séptimo mes lunar antes de que Japón adoptara el calendario gregoriano en el siglo XIX.
La festividad, de origen budista, se basa en la creencia de que los antepasados, protectores de la familia, retornan durante esos tres días al hogar.
Por eso, estos son días en los que los japoneses se reúnen con la parentela y visitan, limpian y ornamentan con flores e incienso la tumba familiar que contiene las cenizas de los ancestros.
Hasta en las calles más céntricas de Tokio, especialmente las cercanas a los grandes cementerios, se respira esta semana el perfume dulzón del incienso procedente de camposantos, templos y también de los hogares, donde se instalan altares para la ocasión.
En torno a éstos se colocan adornos, frutas, verduras o fideos (aunque también puede ser el plato favorito del difunto) a modo de ofrenda para los antepasados que vienen de visita.
«Es muy típico poner un pepino decorado con cuatro palillos para que parezca un caballo, y así los espíritus llegan a casa rápido, y el día 16 adornar una berenjena para que simule un buey y retornen más despacito», cuenta a Efe la joven Kanako Hayashi, que regresa cada año a su pueblo natal en Aichi (centro) para celebrar Obon.
También es común ornamentar los altares con farolillos de papel la noche del 13 de agosto, así como encender pequeños fuegos («mukaebi») cerca del portón de casa para dar la bienvenida a los espíritus.
«En las ciudades grandes, donde hay menos espacio y menos gente tiene jardín, es más común encender las hogueras en los templos», explica la tokiota Yuriko Watanabe.
La heterogeneidad de las regiones que conforman el archipiélago japonés hace que el Obon se entremezcle con distintas costumbres y festivales veraniegos, que han contribuido a difuminar su origen exclusivamente religioso.
Por ejemplo, la ancestral Kioto prende cada 16 de agosto cinco enormes hogueras (que dibujan formas y caracteres en japonés) en las faldas de los montes que circundan la ciudad, contempladas por miles de personas desde los edificios más altos del centro o a la orilla del río Kamo.
Otras localidades realizan el «toro nagashi», que consiste en depositar en los ríos y costas linternas de papel que, al flotar a merced de la corriente, guían a los antepasados de vuelta a la tierra de los muertos.
El Obon suele ir también acompañado de una danza, «bon odori», que cuenta con infinidad de variedades musicales y de movimientos, desde el baile en circulo típico de Osaka hasta el «Awa odori», una procesión callejera originaria de Tokushima (sur) que se originó como un rito de agricultores.
Pero estas fechas tienen también su faceta tenebrosa, ya que se supone que al abrirse las puertas del mundo de ultratumba llegan de visita todo tipo de espectros y criaturas, seres que desde antaño protagonizan relatos orales que aterrorizan a pequeños y no tan pequeños en el supersticioso Japón.
Por eso los nipones advierten, medio en serio medio en broma, de que si uno se topa con un extraño en mitad de la noche debe mirar siempre sus pies.
Si al hacerlo comprueba que sus extremidades inferiores son invisibles, sin duda se trata de un «yurei» (espectro). (EFE)