Se movió la tierra y se paralizaron corazones. 11 de Marzo del 2011. Era una hermosa tarde soleada en los alrededores de Yokohama y estaba dando clases en el gimnasio como cualquier otro viernes.
14:46, mientras sigo hablando me doy la vuelta y toco la pared porque empiezo a sentir un sonido muy extraño en ella. Miro a las señoras de mi clase que se han quedado literalmente paralizadas y observo mi entorno. Siempre me ha encantado ese estudio, dos paredes de espejos y una parte del techo justo encima de donde estoy parada también de espejos. Otra pared con ventanas, dos grandes puertas de vidrios y más de una decena de parlantes acomodados bellamente como lámparas colgando del techo.
El sonido y el movimiento se van haciendo más intensos y lo único que atino a hacer es abrir la puerta para poder salir de esa caja de cristal en donde parece que todos los espejos se van a romper en mil pedazos. Se abre la puerta y un sonido más horrible que el anterior llega a mis oídos. Pensaba que eran truenos, pero era distinto. Era como el eco del rugir de un león que venía de alguna parte del universo. No era necesario decirle a nadie que no corran, no, en ese justo momento no podías caminar ya en línea recta. Todas salieron caminando zigzagueando de aquel cuarto. Según informes, fueron 6 minutos aproximadamante y creo que jamás los podré olvidar.
Apoyada aún en una de esas bicicletas estáticas, todo parecía como una de esas películas del fin del mundo en 3D, por que de nuevo, todo se movía. Todo parecía tan real…no, no, todo era real, no eran noticias de otro continente, estaba sucediendo aquí mismo, en este país, en este Japón donde vivo hace ya más de 20 años. No lo podía creer, esas imágenes, ese mar que borraba del mapa todo lo que encontraba a su paso, llevándose casas, plantas, animales y miles de seres humanos.
En cuestión de minutos se movió la tierra, el mar mostró su fuerza y se llevó miles de vidas….
Era consciente de que no podía salir disparada del trabajo aunque ganas no me faltaron. Había ahí aún muchas personas todavía en incertidumbre y muchos niños de entre 4 a 5 años los cuales ya sus madres los habían traído a la acostumbrada clase de natación. Sin embargo, teléfonos colapsados y yo no sabía nada de los míos. Por suerte, después de varios intentos me llegué a comunicar con mi esposo, mi hermana y recibí un mensaje de mi hijo, todos bien, y aunque todo demostraba que por aquí solo había sido un gran susto, no sabía nada de mi hija. Necesitaba saber que estaba bien. Llamé a una de mis vecinas y lo que me dijo fue: «hace 5 minutos que la acabo de ver volver», ésa ha sido una de las frases más bellas que he oído en mi vida.
Mi esposo no volvería ese día, él estaba demasiado lejos. Yo sin embargo estaba a tan solo 8 km así es que, pensando en que mis dos hijos pasarían la noche solos, estaba decidida a volver. Salí rumbo a casa pasada las 5 de la tarde. Solo había sido un buen susto me decía para mis adentros mientras cruzaba un puente y todos los transeúntes nos paramos unos segundos viendo cómo las aguas de ese siempre apacible río parecían un gran jacuzzi. Mientras volvían las imágenes del tsunami a mi cabeza y yo seguía caminando, la entrada de una cafetería estaba con unas cintas y el cartel de cerrado, porque la puerta de vidrio estaba hecha pedazos.
Cuando aún no asimilaba lo que estaba viendo el Family Mart me mostraba la misma imagen de sus vidrios rotos esparcidos. Recién ahí comprendí lo verdaderamente peligrosa que es la calle cuando aún la tierra se sigue moviendo. Pero ya estaba afuera y ni pensar en dar media vuelta. Si en ese momento hubiera ocurrido un terremoto igual como el de las 14:46 no hubiese sido tal vez la decisión más acertada. Una decisión que tomamos miles de personas pues la calle estaba completamente llena. Fueron más de dos horas de camino, camino lleno de incertidumbre, de temor, de continuos temblores y de admiración. Sí, así es. En medio de todo esto yo, que muchas veces me he quejado de la actitud de algunos japoneses, ese día, mientras más caminaba, más me admiraba de este pueblo. Éramos miles en las calles, sin embargo nadie se empujó, nadie se gritó. Autos y peatones respetaron todos los semáforos. Los que caminábamos en dirección hacia Tokyo lo hacíamos por el lado interno de la acera y los que iban en sentido contrario caminaban por el lado externo. Había colas ordenadas en los baños, y colas para pagar las pocas bebidas que quedaban y se compraban en el camino. Y todos, absolutamente todos, respetaron eso.
En todo mi recorrido, en medio de algunos vidrios rotos, máquinas de refrescos vacías y miles de transeúntes, no ví ni un solo accidente y eso me daba más tranquilidad. Hasta que de pronto, ya no había semáforos, ya no veía tiendas, ya no había luces de autos. En la ciudad donde vivo se fue la luz desde el primer sismo y volvió en mí el miedo. Sin embargo, había una pequeña luz a lo lejos. Llegué hasta ahí alumbrada por mi celular. Saludé al señor parado junto a ella y me dijo: «es que no se ve nada y lo único que puedo hacer en este momento es alumbrar un poco el camino con la luz de mi bicicleta», no saben lo agradecida y emocionada que estaba y así, llegué a casa. Feliz de ver muchas cosas tiradas, pero con mi familia sana y salva.
11 de marzo del 2012. 14:46 y Japón no se movió. Esta vez se detuvo. Hubo un minuto de silencio por las miles de víctimas que dejó el terremoto y posterior tsunami. Una catástrofe que no debemos olvidar, que si bien dejó muchas pérdidas y tristezas también nos dejó muchas enseñanzas y cosas por aprender y reflexionar.
Que si bien, aquí en Yokohama sólo nos movimos un poco, no estamos libres de una catástrofe igual.
Y yo aprendí de todo esto que nunca es tarde para algo, pero que a veces es tarde para todo.
Informémonos, seamos precavidos, sigue adelante, pero no olvides, valora tu vida y la de tus seres queridos.
by Nan.
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