Número de budistas en Japón ha caído de 92 a 87,5 millones
Conciertos de jazz, cafeterías «espirituales» o incluso personajes manga son algunos de los recursos empleados por distintas ramas budistas en Japón para combatir el creciente desinterés por la religión y llenar de nuevo los templos.
Cerca de 87 de los 128 millones de japoneses afirman ser budistas y, de ellos, la gran mayoría son a la vez sintoístas, puesto que estas dos religiones han convivido en el archipiélago nipón desde hace 1.500 años y durante esos siglos han entrelazado muchos de sus ritos y tradiciones.
Pero, aunque el sincretismo religioso empapa innumerables aspectos de la cultura nipona, lo cierto es que en Tokio y otras grandes ciudades las visitas a los templos se reducen en general a ocasiones puntuales como festivales, bodas o funerales, especialmente entre los más jóvenes.
Para promocionar el budismo han nacido proyectos como el «Tera Cafe», una cafetería situada temporalmente en una bulliciosa zona comercial de Tokio que pasaría por una más de no ser porque su entrada la preside un gran «torii», el arco que normalmente se alza ante los santuarios como puerta al mundo espiritual.
En este caso el «torii» sirve para llamar la atención y atraer clientes a este moderno y muy terrenal local, decorado a la última, que anima a probar su menú especial vegetariano y que está gestionado por los responsables de una de las escuelas budistas presentes en Tokio, la de la rama «Jodo Shinshu».
A un lado de la cafetería dos jóvenes reparten entre los viandantes incienso y folletos promocionales, que explican cómo en la cafetería se organizan reuniones para «desintoxicar cuerpo y mente» y escuchar, cantar o aprender a escribir sutras (textos sagrados).
«Nuestro objetivo es contribuir a difundir el budismo entre los jóvenes», explica a Efe uno de los gestores del local, que al fondo, sobre unos escalones y cuidadosamente iluminado, exhibe un altar rodeado de flores y ofrendas.
Se calcula que en los últimos 25 años el número de budistas en Japón ha pasado de 92 a 87,5 millones, según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas, una tendencia que refleja que cada vez son más los jóvenes de la tercera economía mundial que se decantan por valores más mundanos que espirituales.
Mezclar lo terreno con lo religioso es lo que ha hecho también el templo de Ryohoji, situado en las afueras de Tokio y donde sus responsables han echado mano de la cultura pop de Japón para llamar la atención de las nuevas generaciones.
En 2009 instalaron en la entrada un gran cartel publicitario diseñado al más puro estilo manga para animar a los jóvenes a entrar, y luego crearon un personaje propio, «Toro Benten», que parece salido de una serie de anime y que se ha convertido en el símbolo del lugar.
«Toro Benten» es una joven de grandes ojos castaños, vestida con minifalda y una túnica rosa y con una espada en la mano, que hasta cuenta con su propio espacio en el interior del templo junto a los altares de dioses tradicionales.
En realidad son más los visitantes que acuden por curiosidad que los que lo hacen para rezar, lo que no ha impedido que el de Ryohoji se haya convertido en uno de los templos más populares entre los jóvenes y un centro de peregrinaje para los «otaku» (incondicionales) del manga.
Por algo más clásico han optado otras escuelas budistas como las que gestionan el templo de Unraiji de Osaka (centro) o el de Koseiji, en Akita (norte), que organizan veladas musicales con lemas como «Jazz en el templo» o «Jazz impression» para atraer a quienes normalmente no se acercarían al recinto.
La pérdida de terreno de la religión está ligada a los crecientes problemas de financiación de las organizaciones budistas en Japón, donde se calcula que hay más de 76.000 templos de esta doctrina que, en buena parte, subsisten con donaciones de particulares.
Por eso, casi todo vale para extender el mensaje budista: hasta hacerlo desde detrás de una barra de bar, como en el «Vowz», un local abierto por un grupo de monjes en una zona universitaria de Tokio donde, a ritmo de jazz, los parroquianos pueden dar un repaso a sus vidas y compartir confidencias con sus nada comunes camareros. (Maribel Izcue / EFE)
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