Japón afronta crisis con civismo y entereza

Sobrevivientes del terremoto permanecen en refugios. (Foto Reuters)

No ha habido ningún caso de saqueo y el orden en las filas es respetado


Sobrevivientes del terremoto permanecen en refugios. (Foto Reuters)

Japón afronta la peor crisis de su historia reciente, tras el fuerte seísmo del pasado viernes, con el civismo asociado a su pueblo, pero también con el temor a una fuga radiactiva, incrementada hoy por la confusión en torno a los problemas en los reactores de la central de Fukusima.

En medio de numerosas conjeturas e hipótesis, el director general de la agencia nuclear de la ONU (OIEA), el japonés Yukiya Amano, trato, desde Viena, de disipar las dudas al estimar «poco probable» que Fukushima se acabe convirtiendo en una nueva Chernobil.

Mientras la alarma nuclear recorre el mundo y reabre viejos y nuevos debates sobre el uso de la energía atómica, los últimos recuentos de la policía japonesa se acercan a los 1.900 muertos y superan los 3.000 desaparecidos a causa del terremoto de 9 grados de magnitud en la escala Richter y el devastador tsumani asociado.


No obstante, la cifra final puede aumentar significativamente, debido a que las autoridades locales de las provincias afectadas están facilitando datos más pesimistas.

Entre tanto, el Gobierno nipón, hasta ahora muy precavido en sus declaraciones, admitió por primera vez este lunes que «muy probablemente» tres reactores de la central 1 de Fukushima han sufrido una fusión de sus núcleos a causa del sobrecalentamiento.

Ahora, el objetivo de los equipos que trabajan en esa planta, operativa desde hace 40 años, es mantener intactos los recipientes primarios de contención de los reactores para evitar una peligrosa fuga de radiactividad en la zona, de la que ya han sido evacuadas unas 200.000 personas.


Los esfuerzos para controlar los reactores se vieron dificultados por una explosión hoy en el edificio del reactor 3, que dejó once heridos.

El Gobierno, que ha pedido al OIEA que envíe un equipo de expertos, informó de que la explosión, similar a la ocurrida el sábado en el reactor 1, no fue nuclear sino química y que fue causada por una acumulación de hidrógeno.


También aseguró que no dañó al reactor ni provocó una fuga masiva de radiación, ya que los niveles de radiactividad en torno a la central no parecían haberse disparado tras el accidente.

La confusión sobre la situación de la planta se incrementó con informaciones contradictorias de la compañía propietaria Tokio Electric Power (TEPCO), que poco después de anunciar que la temperatura en los reactores 1 y 2 era por fin estable, sorprendió al advertir de un nuevo y grave sobrecalentamiento del segundo.

Pasada la medianoche, se sucedían las informaciones sobre serias dificultades con la temperatura del núcleo del reactor 2.

Casi al tiempo, en pleno debate sobre la energía atómica en Europa, Alemania anunciaba una moratoria de la aplicación de la ley que prevé alargar hasta 14 años la vida útil de las centrales.

Más allá de los recuentos oficiales de víctimas, según la agencia local Kyodo, en la costa de la provincia de Miyagi, la más afectada, se han hallado unos 2.000 cadáveres mientras otros 200 o 300 cuerpos fueron localizados en su capital, Sendai.

En la localidad de Minamisanriku, también en Miyagi, las autoridades todavía no han podido localizar desde el viernes a unas 9.500 personas, la mitad de la población, aunque se cree que algunos pudieron refugiarse en pueblos vecinos.

Tampoco se conoce el paradero de otros 8.000 residentes del pueblo costero de Otsuchi, en la provincia de Iwate.

Unos 100.000 militares peinan la zona nordeste de Japón en busca de víctimas arrastradas por la ola gigante de diez metros, mientras que 550.000 habitantes han sido evacuados a causa del desastre.

Pese a este panorama desolador, los japoneses afrontan los problemas de abastecimiento y suministro eléctrico con entereza y civismo, propias de un pueblo con fuerte sentido de la comunidad y educado para afrontar emergencias.

De hecho, no se ha hablado ni de un sólo saqueo en las zonas más devastadas por el seísmo, donde el orden en las filas y la contención es la norma.

La tercera economía mundial, que hoy vio como la bolsa de Tokio 6,18 por ciento, pese a la intervención del Gobierno, tiene por delante semanas y hasta meses complicados, partiendo de un presente de fábricas paralizadas, apagones de luz y escasez de alimentos y bebidas en la franja de su territorio más castigada por el seísmo.

De momento, el corazón de Tokio no se ha visto incluido en los cortes eléctricos pero, al haber pasado en áreas inmediatamente contiguas, muchos trenes de cercanías con destino a la capital no han funcionado o bien han sufrido importantes retrasos.

Para millones de trabajadores fue una pesadilla llegar este lunes a sus oficinas en la mayor metrópolis del planeta, que hoy ofreció un inusual paisaje de ciclistas y peatones trajeados. (EFE)

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