Hoy en día Japón es la sociedad que envejece más deprisa del mundo: con una edad media de 44 años, cuenta con una de las tasas de natalidad más bajas.
Efe / Patricia Souza
Japón dejará este año de ser la segunda economía mundial, una muerte anunciada que, unida al grave problema del envejecimiento de su población, coincide con un Gobierno novato que ha dado muestras de debilidad.
El 2010 ha confirmado el lento declive de Japón, un país capaz de levantarse de sus cenizas en los años inmediatamente posteriores a una guerra que lo devastó y de mantenerse durante cuatro décadas como segunda potencia mundial, todo pese a su secular aislamiento.
Cuando concluya el año, es casi seguro que el PIB de China habrá superado al nipón y que Japón, con un yen caro y una competencia feroz de los gigantes empresariales chinos y coreanos, afronta un difícil escenario económico sin población activa que lo sustente.
De sus 127 millones de habitantes, 29 millones tienen más de 65 años (casi el 23 por ciento) y la situación se complicará desde 2012 cuando los «dankai» o hijos del «baby boom», los nacidos en plena posguerra, comiencen a alcanzar la edad de jubilación.
Hoy en día Japón es la sociedad que envejece más deprisa del mundo: con una edad media de 44 años, cuenta con una de las tasas de natalidad más bajas (1,3 hijos por mujer) y la expectativa de vida más alta (83 años) del planeta.
Como ocurrió con la crisis de los 90 tras el estallido de la «burbuja inmobiliaria», Japón ofrece varios años antes un banco de pruebas de cómo podrán afrontar otros países la progresiva reducción de una población activa que pague para pensiones y gasto social.
Desde 1996 la población activa disminuye progresivamente en Japón -hoy son 81,49 millones de trabajadores pero en 2030 serán 55,84 millones- y el envejecimiento de sus habitantes obliga a incrementar cada año el gasto en seguridad social en 9.000 millones de euros.
Ante este panorama, el primer ministro, Naoto Kan, ha identificado la reactivación económica como su principal caballo de batalla y se ha fijado la meta de tratar de reducir la imponente deuda pública japonesa, que casi duplica el PIB.
Kan, elegido el pasado 8 de junio por la inesperada dimisión de Yukio Hatoyama, quiere un profundo cambio que pase por reformar las finanzas públicas y su sistema de pensiones, y por abrirse al comercio, ante la competencia surcoreana con sus numerosos TLC.
Pero, después de apenas seis meses en el cargo, el Ejecutivo nipón ha mostrado inexperiencia en las negociaciones en la Dieta (Parlamento), al que necesita para hacer frente a la crisis, al tiempo que se ha ido diluyendo en el escenario mundial.
Kan ha sido acosado por una oposición que domina el Senado y ha tenido que reafirmar su liderazgo dentro de su propio partido, el Democrático (PD), que despierta los recelos de una burocracia que durante décadas ha ejercido el verdadero poder en Japón.
El PD se estrenó en el Gobierno en septiembre de 2009 con la promesa de recortar la influencia del cuerpo burocrático y asignar más dinero a gasto social que a faraónicos proyectos públicos, como presas o carreteras, que fueron el caldo de cultivo de los votos de su antecesor, el Partido Liberal Demócrata (PLD).
Pero, con los sucesivos gobiernos de Hatoyama y de Kan, quedan muchas promesas por cumplir y ha sido patente que su principal aliado internacional, Estados Unidos, está centrado en China, país al que 2010 consagrará como segunda economía mundial.
En el frente internacional, Kan se enfrentó este año a rifirrafes territoriales con China y Rusia por la soberanía de islas en áreas fronterizas, que le costaron una caída de popularidad hasta debajo del 30 por ciento pues no salió ganador de los envites.
Dmitri Medvédev se convirtió en noviembre en el primer presidente ruso en visitar las Kuriles, cuya soberanía reclama Japón, mientras Pekín mantuvo en septiembre una fuerte presión hasta que Tokio liberó un pesquero chino detenido cerca de las también disputadas islas Senkaku (Diaoyu en China).
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