Jorge Barraza: “El penal, ese karma tan nuestro”

Jorge Barraza

Jorge Barraza

Por Jorge Barraza*


El sábado último, jugando para Inter de Porto Alegre, Diego Forlán marcó un notable gol olímpico a Fluminense. Había 35 metros desde el banderín del córner hasta dónde entró la bola, justo en el vértice de poste y travesaño. Se clavó como un misil arriba. Golazo desde una posición que parece imposible. Diecisiete días antes, falló un penal clave ante Brasil por la Copa Confederaciones. Si lo hacía, Uruguay se ponía 1-0 arriba en la semifinal del torneo. Y Uruguay, ganando, es un rival que se torna complicado. Resiste hasta el heroísmo. ¡Qué contrasentido!: un jugador que le pega notablemente en los tiros libres, en los saques de esquina, con la bola en movimiento, que sirve unos centros deliciosos a la cabeza de sus compañeros, todo desde 25 ó 30 metros, luego malogra una pena máxima a 12 pasos del arco, de frente, con todo a su merced. La pregunta es ¿por qué? ¿por qué lo más fácil se vuelve más difícil…?

Indudablemente la carga emocional que conlleva un penal es inmensa.  Hace dos semanas, Colombia quedó fuera del Mundial Sub-20 en la tanda de penales. Uruguay, que realizó un torneo magnífico y podía ser otra vez campeón del mundo después de 63 años, cayó con Francia en la final por la misma vía. Una pena, había estado más cerca del triunfo durante el juego.


El penal no es suerte, es un hecho técnico: saber pegarle, con potencia, precisión, lejos del arquero. Pero también es mental. Esto de Forlán revela una fuerte incidencia sicológica. El futbolista sabe que lo están mirando todos sus compatriotas, el estadio está en vilo esperando ver qué hace, sus compañeros deseando que convierta, su familia… No es miedo escénico, un futbolista de tal trayectoria ya no lo siente, tal vez se responsabiliza de demasiadas cosas. Es como que les va la vida o la muerte en el penal. Los europeos son más descontracturados en esto. Tal vez por eso lo hacen mejor. Y tal vez porque ensayan.

En la otra semi de la Copa Confederaciones, España venció a Italia 7 a 6  mediante esta definición. Fue un deleite, 13 penales ejecutados con maestría, con lanzamientos perfectos, inatajables. Sólo uno se fue apenas alto. Eso nos dio la pauta, una vez más, que los europeos ejecutan mejor que los sudamericanos. Los brasileños no son malos en esto, pero los rioplatenses rifan grandes chances a la hora de desempatar por penales. En el caso de los argentinos, son espantosos ejecutando, erran más de lo que convierten. Luego lloran, se abrazan como comadres en desgracia, se arrojan al piso desconsolados… Las veces que han ganado en los penales ha sido más por proezas de los arqueros que por virtud de los ejecutores. La bola, cuando entra, entra raspando, de suerte, el arquero que casi la agarra. Uno ve patear a los europeos y son tiros maravillosos, espectaculares, los arqueros no tienen la menor chance.

Naturalmente, hay que estar ahí adentro, las piernas se le aflojan al más valiente. Y cracks extraordinarios fallaron penales clave. Ahora bien, si nos pasa tan seguido ¿no es hora de intentar una solución? ¿no sería mejor practicar antes que lagrimear tanto…? Desde luego, en el campo de entrenamiento, sin nadie observando, la eficacia aumenta a niveles asombrosos. El tema es patear en un estadio lleno, en una instancia cumbre, con millones mirando por TV. Pero si se ensaya, el resultado podría ser distinto. Que cada jugador entrene un tiro determinado. El que mejor le calce. Un ejemplo: fuerte, arriba, a una punta. Ejercitarlo tantas veces hasta perfeccionarlo. Que de tan aprendido, a la hora decisiva se sienta más seguro y lo sicológico tenga menor influencia. Reducir el margen de nerviosismo en base a confianza en lo que se sabe hacer. Es como un discurso bien preparado y memorizado. Hablar en público suele turbar a más de uno, pero para quien se prepara bien, esa turbación disminuye hasta casi extinguirse.


Winston Churchill era famoso por sus discursos geniales. Cierta vez le preguntaron como hacía para improvisar tan brillantemente y respondió: “Dedico mucho tiempo a preparar mis improvisaciones”.

Juan Martín Mujica, aquel recio lateral uruguayo de los años ’60 y ’70 tenía un cañón en la zurda y era letal en este asunto. Cuenta su receta: “El secreto de los penales está en el carácter del remate. Tenía que ser seco, limpio y fuerte. Siete metros y pico de arco dan espacio suficiente para colocarla siempre adentro. Pero, además, por las dudas, yo no hacía concesión alguna”. O sea: tiraba a fusilar. Y el balón siempre es más rápido que la reacción del arquero.


Mujica tenía una característica, y la respetaba. Ahora escuchamos declaraciones como “iba a tirar a la derecha, sobre la marcha cambié de idea y me lo taparon”. Entonces no se preparó, improvisó.

Ahora bien, ¿cómo les pedimos a nuestros futbolistas que se queden media hora más ensayando? Ahora los jugadores son los dueños absolutos del fútbol, los que mandan en todos los ámbitos. ¿Qué técnico les dice a sus dirigidos «Lombardi, Domínguez y García, hoy hay que quedarse a practicar penales y tiros libres»…? Lo sacan corriendo. Los jugadores están muy apurados porque deben atender a las botineras, jugar al play station, hacer 200 llamadas (importantísimas) por celular y mandar 500 mensajitos. No tienen tiempo para perder en tonterías como penales o tiros libres.

El año próximo se juega el Mundial. Si pasan la fase de grupos, los sudamericanos podrían toparse con algún desempate por penales. Con la paridad actual, no es raro. Lo mejor es tomar medidas antes, ensayar mucho, mentalizarse. Para no ser siempre los que lloran.

*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.

Suscríbete a International Press GRATIS

Introduce tu correo electrónico para suscribirte a International Press y recibe nuestras noticias primero.

Únete a otros 35K suscriptores

BELLEZA

『PR』PATROCINADOS


Descarga el App de Súper Tokio Radio


AUTOMÓVIL