Reforestación, agricultura y pesca para volver a empezar en Miyagi

A un año del terremoto y tsunami que devastó el noreste de Japón


Miyagi fue la zona más afectada por el terremoto del 11 de marzo

Javier Picazo Feliú / EFE

La provincia de Miyagi, en el noreste de Japón, lucha por repoblar sus bosques, diezmados por el devastador tsunami de hace casi un año, mientras que pequeños grupos de agricultores y pescadores retoman paulatinamente su vida tras haberlo perdido todo.

En la ciudad de Natori, en la provincia de Miyagi, la más afectada por la catástrofe con más de 11.260 muertos, el horizonte es el de un páramo de lodo cubierto por nieve y restos de madera del bosque que recorría el litoral antes de quedar arrasado por el tsunami.


En los últimos meses el Gobierno ha limpiado las zonas en las que antes se levantaban barrios residenciales, fábricas y campos de cultivo, y ahora solo quedan los cimientos de algunas casas derruidas, cementerios arrasados y las carreteras que delimitaban sus márgenes.

El paso del tsunami borró unos 230 kilómetros de costa y destruyó más de 3.600 hectáreas de bosques, lo que dejó toneladas de escombros de madera que, en esta zona de Miyagi, aparecen apiladas en kilométricas montañas que hacen de barrera natural contra el viento y la arena al cercano aeropuerto de Sendai.

En Natori, donde murieron más de 900 personas, el bosque separaba desde hace cuatro siglos a la población del mar como una barrera que, durante el tsunami, permitió a muchos residentes salvar sus vidas al debilitar la fuerza y velocidad de la gran masa de agua.


«En el pasado no valorábamos el bosque, aunque con el desastre todos comprendimos lo importante que es tener esta barrera que ha estado protegiendo nuestras vidas durante años», explica Eiji Suzuki, colaborador de un proyecto para reforestar la costa a cargo de la ONG japonesa OISCA.

El plan es plantar cerca de 500.000 semillas de pino negro japonés en la costa de Miyagi para proteger la zona, transformar la tierra estéril en campos fértiles de cultivo y dar trabajo a las comunidades de afectados.


La casa del propio Suzuki, de 71 años, es una de las pocas que apenas se mantiene en pie en varios kilómetros a la redonda, tras haber resistido a duras penas las embestidas del mar y quedar en ruinas.

«Quiero que la casa permanezca así, como un recuerdo de lo que sucedió», cuenta, mientras muestra una revista con imágenes de su casa tragada por las olas.

La tarde del 11 de marzo él se encontraba en un hospital cercano cuando sintió el gran terremoto de 9 grados y decidió regresar a su vivienda para comprobar si su familia se encontraba a salvo.

Durante el trayecto no escuchó la alerta de tsunami y, al bajar del coche para entrar en la casa, apenas tuvo tiempo para ver el mar abrirse paso violentamente entre los árboles.

Él salvó su vida al buscar refugio en el vecino aeropuerto: «Si no hubiera sido por el bosque, el tsunami habría sido mucho más destructivo», explica Suzuki, que encontró a su familia tres días después de la tragedia.

Las olas, que según afirma avanzaban a unos 100 kilómetros por hora, no solo arrasaron viviendas y fábricas sino también cerca de 10.000 invernaderos del lugar, fuente de ingresos para la mayor parte de los vecinos.

Kiyoshi Mori es uno de los agricultores que cultivaba en el barrio devastado de Kitakama, en Natori. Ahora ha decidido empezar de cero y crear, con varios compañeros, una pequeña empresa agrícola.

Con ayudas del Gobierno, levantaron en diciembre cuatro invernaderos a unos 15 kilómetros de las zonas arrasadas, en unas tierras abandonadas donde empiezan a ver sus primeros resultados.

«Lo perdimos todo: dinero, maquinaria, nuestras tierras, las casas. Ahora se tardará cuatro o cinco años en retomar la vida donde estábamos y, sin el bosque, no será posible volver a cultivar», asegura Mori, que no obstante mira al futuro con optimismo.

Al norte de Sendai, en pequeñas localidades pesqueras como la de Ozashi el puerto muestra un aspecto renovado y los primeros barcos se echaron de nuevo a la mar hace apenas cinco días.

«Hace un año nadie podía pensar que ahora estaríamos trabajando de nuevo», dice Katsuya Sasaki, un recolector de algas de 55 años de este coqueto puerto cubierto por la nieve, donde un gran cartel añejo alerta del riesgo de tsunami.

En Ozashi solo tuvieron que lamentar la muerte de un anciano que no logró escapar de las olas, ya que «el instinto» llevó a los vecinos a resguardar los barcos y correr a las montañas cuando escucharon la alerta de tsunami, lo que no impidió que un tercio de la flota pesquera quedara destruida, relata Sasaki.

Aunque la pesca comienza a revivir poco a poco, un año después del tsunami todavía faltan almacenes y maquinaria para procesar las capturas, por lo que son muchos los que, ante la falta de oportunidades, deben dejar la zona para buscar otras salidas. (EFE)

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