Si vender resultados, debes entregarlos. Por Jorge Barraza

Mourinho.
Jorge Barraza
Jorge Barraza

“¿Jogo bonito…?” Bonito es ganar”, dijo alguna vez Carlos Alberto Parreira, uno de los grandes responsables de que Brasil perdiera (acaso para siempre), el tesoro que lo hacía diferente a todos los otros fútbol del mundo: su juego preciosista, que era garantía de espectáculo (y triunfos). La del juego brasileño era una religión sin ateos: todos éramos hinchas de ese estilo extraordinario, que nadie igualó. Y aunque muchos sostengan que lo que único válido es ganar, gustar es sublime. Está un escalón por encima. Cuando un extranjero visita nuestra tierra se le pregunta ¿qué le parece mi país…? Uno no quiere que le respondan “eficiente”, espera que le digan “hermoso, agradable, hospitalario”.

José Mourinho adscribe firmemente a aquella corriente del resultadismo a ultranza: hacer un gol más que el adversario, finalizar el torneo un punto más arriba. Lo suyo es ganar, sin privilegiar la estética. No propone proyectos a largo plazo ni implantar un estilo ni promover valores juveniles. La huella es él. Promete triunfos inmediatos. A cambio exige el contrato más alto del mundo para un estratega y jugadores estrella. Su negocio es vender resultados, pero tiene que entregarlos. Si no lo hace, su estancia en un club se torna improductiva, sobre todo carece de sentido. Por ello justamente el Chelsea acaba de despedirlo, aunque luego se elabore un comunicado edulcorando la realidad. Siempre se habla de “común acuerdo”, y “relaciones magníficas”, pero lo destituyeron. Por haberlo cesado es que, como aún tenía dos años y medio de contrato por delante, acordaron pagarle 1.300.000 euros mensuales hasta que consiga trabajo. Un precioso seguro de desempleo para el técnico más millonario que ha conocido este deporte. De cualquier modo, un arreglo muy conveniente para el club: hubiese debido desembolsar 51 millones si Mou se hubiera empacado en ejecutar todo el finiquito.


El Chelsea quedó a sólo un punto del descenso, y un club que es el cuarto vendedor de camisetas en el mundo, que además tiene una política de mercadeo muy agresiva, no se lo puede permitir. Es una empresa. No hay poesía ni amor ni lealtades. El objetivo deportivo era repetir el título de la temporada y apuntar a la corona de la Champions. Pero la realidad ha sido bien diferente: 15 puntos en la Premier sobre 48 disputados (31%), con 9 derrotas y un pase a octavos en Europa sin el menor lucimiento.

Mourinho acababa de celebrar la comida de Navidad con el plantel cuando llegaron los directivos a comunicarle que no seguía. El portugués quedó tocado, dicen. Esperaba le dieran tiempo de reencausar el rumbo. Después de todo, es el último campeón y quedó entre los 16 finalistas en la Liga de Campeones. Pero, dada su personalidad, que lo despidan a quien se considera el número uno es un gancho a la mandíbula de esos que aflojan las piernas. Y en especial porque se trata del Chelsea. Mourinho, juntamente con el magnate ruso Roman Abramovich son los reinventores del Chelsea. Abramovich adquirió el club en 2003 por 140 millones de libras (una fortuna casi delirante por un club que llevaba 48 años sin ser campeón). En su primer año, el técnico italiano Claudio Ranieri no dio en la tecla y quedó sin títulos. Entonces llegó Mou y en su primera temporada ganó la Premier, que repitió inmediatamente. Esto instaló al club, que era de los medianos de Londres, en la cima de la consideración mundial. La poca tolerancia de Abramovich a quien le reportó tantas satisfacciones es lo que debe haber golpeado al portugués. El resarcimiento económico es secundario, más para un hombre de fortuna como Mourinho. Es un golpe al ego de alguien con una autoestima tan alta como la Torre Eiffel.

 


Mourinho.
Mourinho.

“José había perdido a los jugadores”, tituló el Daily Express, hurgando en los motivos del cese, ilustrándolo con la foto en la que el brasileño Diego Costa le tiró la pechera durante un partido, cuando Mou estaba en el banco de suplentes. Mourinho se hizo el distraído, pero para los dirigentes fue un mensaje: si el jugador que él mismo hizo contratar en 38 millones de euros lo ridiculiza públicamente, ¿qué habrá con los otros…? El incidente fue uno entre tantos que tuvo con directivos, árbitros, periodistas, médicos y la federación misma. Los más salientes, la pelea durante un partido con la kinesióloga Eva Carneiro, declaraciones contra el rendimiento de varios jugadores, eliminación temprana en la Copa de la Liga y un significativo ataque a sus jugadores tras la derrota contra el Leicester. “Sentí que mi trabajo ha sido traicionado”, dijo. “Quizá el pasado año conseguí que mis jugadores alcanzaran un nivel que no es el suyo verdadero”.

Tras caer con el Liverpool (1-3) de local, un periodista de la BBC, Garry Richardson, afirmó que un jugador del Chelsea había dicho textualmente: “Prefiero perder antes que ganar con Mourinho”. A un hombre tan mordaz y arrogante como Mou, mucha gente lo está esperando a la vuelta de la esquina. Y ahora que cayó se hizo un festín. La prensa, con la que siempre fue despectivo, se despachó.

“A Mourinho se le ha acabado el cuento”, lo despellejó Ashley Barnes, delantero del Burnley. Es un poco lo que comentan algunos analistas, que se quedó sin respuestas tácticas.


Por aquello de los resultados al instante, como si fuera un 0-800, embriagó a todo el madridismo cuando llegó al Bernabéu en 2010: se unían el club más ganador y Míster Éxito. Un club que predica señorío, pero tan sólo teóricamente. En la práctica no lo consigue. Los de Mou en Real Madrid fueron tres años deportivamente olvidables, repletos de episodios desagradables, el peor, cuando le hundió un dedo en el ojo al infausto Tito Vilanova. Y en el césped tuvo magros resultados: apenas una Liga y una Copa del Rey. Para un plantel cotizado en más de 500 millones de euros, sabe a nada. Con el agravante de que el Barcelona, elevado por el propio Mou a la categoría de enemigo mortal, se empalagaba de títulos. También allí había firmado por cuatro años. Que llegaran a un acuerdo club y entrenador para rescindir un año antes grafica que el paso no tuvo un final feliz.

En rigor, pese a que ganó la última Liga Inglesa, se lo ve declinante a Mourinho. O tal vez fatigado. Se involucra en demasiadas batallas. Que esta vez le costaron una guerra.


 

*) Columnista de International Press desde 2002. Ex jefe de redacción de la revista El Gráfico.

 

 

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