Jorge Barraza: “La Copa gusta más que una mujer”

Jorge Barraza

Jorge Barraza

Por Jorge Barraza*


 

Los bocinazos y las bombas siguieron hasta dos días después. Incluso hoy le parece mentira a la torcida del Gallo: ¡Atlético Mineiro campeón de América…! ¡Por fin…! Una vida esperando la consagración internacional, la que le permitiera mirar con altivez a los otros pesos pesado de Brasil; la que lo hará renacer, porque a los 105 años empieza una nueva era. La Copa Libertadores es un antes y un después en la existencia futbolera de los clubes. Siempre fue popularísimo “O Galo”, ahora es definitivamente grande.


Lo sintió así Alexandre Kalil, presidente e hijo de presidente del Atlético Mineiro: “La Copa gusta más que una mujer”, escribió en su cuenta de Twitter. Cerca de 6 millones de dólares recaudó Atlético en la final ante Olimpia, pero Kalil ni reparó en la taquilla; él besaba la Copa, la medalla de campeón que recibió. Tiene razón: la gloria no tiene precio. Frente a ella, todo es secundario.

Primero el mérito del ganador. Lo más difícil del fútbol es ser campeón. Atlético lo buscó con el alma, con desesperación casi, se jugaba el orgullo. Tenía que borrar la fama de club “pecho frío”. Y lo logró. Con justicia. Y con lo justo: pasó los cuartos de final por gol de visitante (empató las dos veces con Tijuana); ganó por penales la semifinal y la final. Hizo todo el camino cuesta arriba. Contra Tijuana perdía en México y también en Belo Horizonte. En el minuto 93 hubo penal para Tijuana, la hazaña estaba en los pies del colombiano Duvier Riascos, pero el heroico arquero Víctor tapó el remate con los pies. Están pensando en una estatua para Víctor, que luego atajó el penal decisivo frente a Newell’s. Y paró el primero de la serie ante Olimpia.

Más allá de eso, Atlético (en Brasil sólo hay que decir Atlético, todo el país sabe de quién se habla) fue el de más puntos en la fase de grupos, derrotó tres veces al San Pablo, tiene un alto número de victorias (9), fue el equipo más goleador (29 en 14 juegos), tuvo a los dos primeros artilleros (Jo 7, Tardelli 6).  Eso sí, las estadísticas lo avalan más que el juego. No parece un equipo macizo, indestructible como el Corinthians invicto del año pasado. Y defensivamente no puede enorgullerse: es el campeón con más goles en contra de la historia: 18. Comparte esa marca con el Palmeiras de 1999 (de Scolari).


Para el Mundial de Clubes debería incorporar, mínimo, un gran jugador por línea, sobre todo en la creación de juego. Caso contrario puede pasarla mal frente al Bayern Munich, una topadora plagada de estrellas. El dinero no será un problema: en Brasil la facturación de los clubes es altísima. Frente a Olimpia, Atlético recaudó 14.176.146 reales, que significan exactamente 5.593.556 dólares, récord de todos los tiempos en Sudamérica. Hubo 56.557 pagantes, a un promedio de 116,58 dólares por entrada. Y no quería jugar en el Mineirao. Por cábala prefería seguir en el Independencia, cuyo aforo es de apenas 23.000 lugares.

El mérito atleticano es haber peleado siempre de atrás, entregando el corazón. Tijuana, Newell’s y hasta Olimpia parecían más sólidos, sin embargo consiguió igualarlos y eliminarlos, aunque con una angustia tremenda en cada caso.


La definición tuvo la tensión y el dramatismo que honran una final. Olimpia puso línea de 5 atrás y defendió con sangre, sudor y con toda la fibra y la nobleza que exige la gloriosa camiseta franjeada. Aurelio Martínez, el Gran Capitán, fue quien le imprimió ese espíritu indomable. En su mejor momento como centrodelantero, fue llamado al frente en la Guerra del Chaco en 1932. Fue como cabo y volvió capitán, cargado de honores por su valor en combate. Aurelio fue luego durante muchos años técnico olimpista y transmitía ese temperamento. Hipólito Recalde, autor del gol olimpista en la final de la Libertadores 1960, nos contaba una tarde en Asunción: “Yo venía de otro club, me compró Olimpia y cuando iba a debutar me llamó aparte y me dijo: ‘M’hijo, hoy vas a jugar tu primer partido acá, yo confío en ti, pero acordate que este es el Olimpia, aquí nadie se achica. ¿Está claro?’. Era un hombre de un carácter muy fuerte, exigente consigo mismo y con los demás. Él quería sudor, podías jugar mal, pero tenías que matarte por la camiseta”.

Olimpia honró el mandato de Aurelio, dejó la vida en el Mineirao. Un penal le dijo que no. Fue un esfuerzo supremo el de los guaraníes, que merecían la Copa tanto como el club mineiro.

Párrafo aparte para Ronaldinho. Está de salida, sin dudas, hace jugaditas, toquecitos más bonitos que eficaces. No fue determinante y pesó poco en las semifinales y la final, pero genera un contagio notable, siempre positivo, en sus compañeros y en la tribuna. Y pone en guardia a sus rivales. Tiene un carisma excepcional, un sentido del espectáculo similar al de Cristiano Ronaldo. Sabe que el estadio entero espera su show de bola, y nunca rehúye el compromiso. Una pena que se extinga un jugador así.

Mencionamos el Mineirao; quedó precioso, totalmente nuevo, de riguroso primer mundo, le pusieron 400 millones de dólares encima. Arena Minas, empresa privada que costeó la remodelación, se quedó con la concesión por 25 años.

Cuatro palabras para Wilmar Roldán, el mejor árbitro de Sudamérica, hoy. Por lejos. Segunda final consecutiva, otra faena brillante. En la línea de los extraordinarios jueces colombianos José Joaquín Torres y Óscar Julián Ruiz.

Durante la coronación de Atlético sobrevoló el nombre de Telé Santana. Hasta 1992 la Copa era esquiva para los brasileños. Él logró el quiebre histórico. Hizo doblete con el San Pablo y a partir de allí se dio un dominio aplastante de los brasileños que ya dura veinte años. Es la huella de los grandes.

*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.

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